No outro dia a casa do Miranda estava em preparos de festa. Lia-se no
“Jornal do Comércio” que Sua Excelência fora agraciado pelo governo
português com o titulo de Barão do Freixal; e como os seus amigos se achassem
prevenidos para ir cumprimentá-lo no domingo, o negociante dispunha-se a
recebê-los condignamente.
Al día siguiente, la casa de Miranda se preparaba para una fiesta. En el "Jornal do Comércio" se leía que el gobierno portugués había concedido a Su Excelencia el título de Barón de Freixal; y como sus amigos esperaban saludarle el domingo, el empresario estaba preparado para recibirles dignamente.
Do cortiço, onde esta novidade causou sensação, via-se nas janelas do
sobrado, abertas de par em par, surgir de vez em quando Leonor ou Isaura, a
sacudirem tapetes e capachos, batendo-lhes em cima com um pau, os olhos
fechados, a cabeça torcida para dentro por causa da poeira que a cada pancada se
levantava, como fumaça de um tiro de peça. Chamaram-se novos criados para
aqueles dias. No salão da frente, pretos lavavam o soalho, e na cozinha havia
rebuliço. Dona Estela, de penteador de cambraia enfeitado de laços cor-de-rosa,
era lobrigada de relance, ora de um lado, ora de outro, a dar as suas ordens,
abanando-se com um grande leque; ou aparecia no patamar da escada do fundo,
preocupada em soerguer as saias contra as águas sujas da lavagem, que
escorriam para o quintal. Zulmira também ia e vinha, com a sua palidez fria e
úmida de menina sem sangue.
Desde el conventillo, donde esta novedad causaba sensación, se veía a Leonor o a Isaura en las ventanas de la casa de dos plantas, abiertas de par en par, apareciendo de vez en cuando, sacudiendo alfombras y esteras, golpeándolas con un palo, con los ojos cerrados, la cabeza torcida hacia dentro a causa del polvo que se levantaba con cada golpe, como el humo de un disparo. Para aquellos días se llamaba a nuevos sirvientes. En el vestíbulo, unos negros lavaban el suelo, y en la cocina había alboroto. Doña Estela, con su peinado de batista adornado con lazos rosas, se dejaba entrever, a veces a un lado, a veces al otro, dando sus órdenes, agitando un gran abanico; o aparecía en el rellano de la escalera trasera, preocupada por levantar las faldas contra las aguas sucias del lavado que corrían hacia el patio. Zulmira también iba y venía, con su fría y húmeda palidez de muchacha sin sangre.
Henrique, de paletó branco, ajudava o Botelho
nos arranjos da casa e, de instante a instante, chegava à janela, para namoriscar
Pombinha, que fingia não dar por isso, toda embebida na sua costura, à porta do
número 15, numa cadeira de vime, uma perna dobrada sobre a outra, mostrando
a meia de seda azul e um sapatinho preto de entrada baixa; só de longo em longo
espaço, ela desviava os olhos do serviço e erguia-os para o sobrado. Entretanto,
a figura gorda e encanecida do novo Barão, sobre-casacado, com o chapéu alto
derreado para trás na cabeça e sem largar o guarda-chuva, entrava da rua e
atravessava a sala de jantar, seguia até a despensa, diligente esbaforido,
indagando se já tinha vindo isto e mais aquilo, provando dos vinhos que
chegavam em garrafões, examinando tudo, voltando-se para a direita e para a
esquerda, dando ordens, ralhando, exigindo atividade, e depois tornava a sair,
sempre apressado, e metia-se no carro que o esperava à porta da rua.
Henrique, con chaqueta blanca, ayudaba a Botelho con los arreglos de la casa y, de instante en instante, se acercaba a la ventana, para coquetear con Pombinha, que fingía no darse cuenta, toda empapada en su costura, en la puerta del número 15, en una silla de mimbre, con una pierna doblada sobre la otra, mostrando la media de seda azul y un zapato negro de entrada baja; sólo de vez en cuando, apartaba los ojos del servicio y los levantaba hacia el desván. Mientras tanto, la figura gorda y enjuta del nuevo barón, abrigado, con su sombrero alto fundido hacia atrás en la cabeza, y sin soltar el paraguas, entraba desde la calle y atravesaba el comedor, y seguía hasta la despensa, diligentemente agitado, preguntando si había llegado esto y aquello, probando los vinos que llegaban en damajuanas, examinándolo todo, girando a derecha e izquierda, dando órdenes, regañando, exigiendo actividad, y luego volvía a marcharse, siempre con prisa, y subía al coche que le esperaba en la puerta de la calle.
— Toca! toca! Vamos ver se o fogueteiro aprontou os fogos!
E viam-se chegar, quase sem intermitência, homens carregados de gigos de
champanha, caixas de Porto e Bordéus, barricas de cerveja, cestos e cestos de
mantimentos, latas e latas de conserva; e outros traziam perus e leitões, canastras
d’ovos, quartos de carneiro e de porco. E as janelas do sobrado iam-se enchendo
de compoteiras de doce ainda quente, saído do fogo, e travessões, de barro e de
ferro, com grandes peças de carne em vinha d’alhos, prontos para entrar no
forno. À porta da cozinha penduraram pelo pescoço um cabrito esfolado, que
tinha as pernas abertas, lembrando sinistramente uma criança a quem
enforcassem depois de tirar-lhe a pele.
- ¡Toca! ¡Toca! ¡A ver si el fogueteiro tiene listos los fuegos! Y uno veía llegar, casi sin intermitencia, hombres cargados de jarras de champán, cajas de Oporto y Burdeos, barriles de cerveza, cestas y cestas de comestibles, latas y latas de conservas; y otros traían pavos y cochinillos, cestas de huevos, cuartos de cordero y de cerdo. Y las ventanas de los dos pisos estaban llenas de tarros de mermelada caliente del fuego, y de fuentes de barro y hierro con grandes trozos de carne en ajos tiernos, listos para entrar en el horno. En la puerta de la cocina colgaba por el cuello una cabra desollada, que tenía las patas abiertas, pareciéndose inquietantemente a un niño al que ahorcarían después de quitarle la piel.
Todavia, cá embaixo, um caso palpitante agitava a estalagem: Domingos, o
sedutor da Florinda, desaparecera durante a noite e um novo caixeiro o
substituía ao balcão.
O vendeiro retorquia atravessado a quem lhe perguntava pelo evadido:
— Sei cá! Creio que não podia trazê-lo pendurado ao pescoço!...
— Mas você disse que respondia por ele! repontou Marciana, que parecia
ter envelhecido dez anos naquelas últimas vinte e quatro horas.
— De acordo, mas o tratante cegou-me! Que havemos de fazer?... É ter
paciência!
— Pois então ande com o dote!
— Que dote? Você está bêbeda?
— Bêbeda, hein? Ah, corja! tão bom é um como o outro! Mas eu hei de
mostrar!
— Ora, não me amole!
E João Romão virou-lhe as costas, para falar à Bertoleza que se chegara.
— Deixa estar, malvado, que Deus é quem há de punir por mim e por minha
filha! exclamou a desgraçada.
Mas o vendeiro afastou-se, indiferente às frases que uma ou outra lavadeira
imprecava contra ele. Elas, porém, já se não mostravam tão indignadas como na
véspera; uma só noite rolada por cima do escândalo bastava para tirar-lhe o
mérito de novidade.
Sin embargo, abajo, un caso palpitante agitaba la posada: Domingos, el seductor de Florinda, había desaparecido durante la noche y un nuevo cajero lo sustituía en el mostrador. El vendedor contestaba malhumorado a quien le preguntase por el fugitivo: - ¡No sé! ¡No creo que pudiera llevarlo al cuello! - Pero usted dijo que respondería por él! replicó Marciana, que parecía haber envejecido diez años en las últimas veinticuatro horas. - Está bien, ¡pero el muy bribón me ha cegado! ¿Qué vamos a hacer? ¡Debemos tener paciencia! - ¡Pues adelante con la dote! - ¿Qué dote? ¿Estás borracho? - Borracho, ¿eh? ¡Ah, perra! ¡Uno es tan bueno como el otro! ¡Pero te voy a enseñar! - ¡No me ablandes! Y João Romão le dio la espalda, para hablar con Bertoleza que había llegado. - Que sea, malvado, que Dios castigará por mí y por mi hija! exclamó la desdichada mujer. Pero el vendedor se alejaba, indiferente a las frases que alguna que otra lavandera le lanzaba. Pero ya no estaban tan indignadas como la víspera; una sola noche pasada sobre el escándalo bastó para convertirlo en novedad.
Marciana foi com a pequena à procura do subdelegado e voltou aborrecida,
porque lhe disseram que nada se poderia fazer enquanto não aparecesse o
delinqüente. Mãe e filha passaram todo esse sábado na rua, numa roda-viva, da
secretaria e das estações de polícia para o escritório de advogados que, um por
um, lhes perguntavam de quanto dispunham para gastar com o processo,
despachando-as, sem mais considerações, logo que se inteiravam da escassez de
recursos de ambas as partes.
Marciana fue con la niña a buscar al subdelegado y volvió disgustada porque le dijeron que no se podía hacer nada hasta que apareciera el delincuente. Madre e hija se pasaron todo aquel sábado en la calle, en un torbellino, desde la secretaría y las comisarías hasta los despachos de los abogados, que, uno a uno, les preguntaban cuánto tenían que gastarse en el pleito, despidiéndolas sin más miramientos, en cuanto se percataban de la escasez de recursos de ambas partes.
Quando as duas, prostradas de cansaço, esbraseadas de calor, tornaram à
tarde para a estalagem, na hora em que os homens do mercado, que ali
moravam, recolhiam-se já com os balaios vazios ou com o resto da fruta que não
conseguiram vender na cidade, Marciana vinha tão furiosa que, sem dar palavra
à filha e com os braços moídos de esbordoá-la, abriu toda a casa e correu a
buscar água para baldear o chão. Estava possessa.
Vê a vassoura! Anda! Lava! lava, que está isto uma porcaria! Parece que
nunca se limpa o diabo desta casa! É deixá-la fechada uma hora e morre-se de
fedor! Apre! isto faz peste!
Cuando las dos, postradas de cansancio, tiritando de calor, volvieron por la tarde a la posada, a la hora en que los hombres del mercado, que vivían allí, ya estaban recogiendo con los cubos vacíos o con el resto de la fruta que no habían conseguido vender en la ciudad, Marciana llegó tan furiosa que, sin dar una palabra a su hija y con los brazos machacados de golpearla, abrió toda la casa y corrió a buscar agua para lavar el suelo. Estaba poseída. ¡Mira la escoba! ¡Venga! ¡Lava! ¡Lava, porque la casa está hecha un asco! ¡Es como si nunca limpiaras al diablo de esta casa! ¡Déjala cerrada una hora y morirás de hedor! ¡Apre! ¡Es una plaga!
E notando que a pequena chorava:
— Agora deste para chorar, hein? mas na ocasião do relaxamento havias de
estar bem disposta!
A filha soluçou.
— Cala-te, coisa-ruim! Não ouviste?
Florinda soluçou mais forte.
— Ah! choras sem motivo?... Espera, que te faço chorar com razão.
E precipitou-se sobre ela com uma acha de lenha.
Mas a mulatinha, de um salto, pinchou pela porta e atravessou de uma só
carreira o pátio da estalagem, fugindo em desfilada pela rua.
Ninguém teve tempo de apanhá-la, e um clamor de galinheiro assustado
levantou-se entre as lavadeiras.
Y al notar que la niña lloraba: - Ahora me has regalado el llanto, ¿eh? pero cuando se trata de relajarse, ¡hay que estar de buen humor! Su hija sollozaba. - ¡Cállate, malvada! ¿No lo has oído? Florinda sollozó más fuerte. - ¡Ah! ¿Lloras sin motivo? Espera, te haré llorar por una buena razón. Y se abalanzó sobre ella con un haz de leña. Pero la mulata, de un salto, atravesó la puerta y, de un salto, cruzó el patio de la posada y huyó calle abajo. Nadie tuvo tiempo de atraparla, y un clamor asustado se levantó entre las lavanderas.
Marciana foi até o portão, como uma doida e, compreendendo que a filha a
abandonava, desatou por sua vez a soluçar, de braços abertos, olhando para o
espaço. As lágrimas saltavam-lhe pelas rugas da cara. E logo, sem transição,
disparou da cólera, que a convulsionava desde a manhã da véspera, para cair
numa dor humilde enternecida de mãe que perdeu o filho.
— Para onde iria ela, meu pai do céu?
— Pois você desd’ontem que bate na rapariga!... disse-lhe a Rita. Fugiu-lhe,
é bem feito! Que diabo! ela é de carne, não é de ferro!
— Minha filha!
— É bem feito! Agora chore na cama que é lugar quente!
— Minha filha! Minha filha! Minha filha!
Ninguém quis tomar o partido da infeliz, à exceção da cabocla velha, que foi
colocar-se perto dela, fitando-a imóvel, com o seu desvairado olhar de bruxa
feiticeira.
Marciana se dirigió a la puerta, como una loca, y, al darse cuenta de que su hija la abandonaba, estalló en sollozos, con los brazos abiertos, mirando al espacio. Las lágrimas brotaron en las arrugas de su rostro. Y pronto, sin transición, salió disparada de la cólera, que la había convulsionado desde la mañana del día anterior, para caer en el humilde y tierno dolor de una madre que había perdido a su hijo. - ¿Adónde iría, padre mío que estás en los cielos? - ¡Bueno, llevas pegando a la niña desde ayer! ¡Se ha escapado, menos mal! ¡Qué diablos! ¡Ella es de carne, no de hierro! - ¡Mi niña! - ¡Bien hecho! ¡Ahora llora en la cama, donde hace calor! - ¡Hija mía! ¡Hija mía! ¡Hija mía! Nadie quiso ponerse del lado de la desdichada muchacha, a excepción de la vieja cabocla, que fue a colocarse cerca de ella, mirándola inmóvil, con su mirada de bruja malvada.
Marciana arrancou-se da abstração plangente em que caíra, para arvorar-se
terrível defronte da venda, apostrofando com a mão no ar e a carapinha
desgrenhada:
— Este galego e que teve a culpa de tudo! Maldito sejas tu, ladrão! Se não
me deres conta de minha filha, malvado, pego-te fogo na casa.
A bruxa sorriu sinistramente ao ouvir estas últimas palavras.
O vendeiro chegou à porta e ordenou em tom seco à Marciana que
despejasse o número 12.
— É andar! É andar! Não quero esta berraria aqui! Bico, ou chamo um
urbano! Dou-lhe uma noite! amanhã pela manhã — rua!
Ah! ele esse dia estava intolerante com tudo e com todos; por mais de uma
vez mandara Bertoleza à coisa mais imunda, apenas porque esta lhe fizera
algumas perguntas concernentes ao serviço. Nunca o tinha visto assim, tão fora
de si, tão cheio de repelões; nem parecia aquele mesmo homem inalterável,
sempre calmo e metódico.
E ninguém seria capaz de acreditar que a causa de tudo isso era o fato de ter
sido o Miranda agraciado com o titulo de Barão.
Marciana se sacó a sí misma de la abstracción plangente en la que había caído, para ponerse de pie frente a la venta, con la mano en alto y el rostro desencajado: - ¡Este gallego tenía la culpa de todo! ¡Maldito seas, ladrón! Si no me das cuenta de mi hija, malvado, prenderé fuego a tu casa. La bruja sonrió siniestramente al oír estas últimas palabras. El vendedor se acercó a la puerta y ordenó a Marciana en tono seco que sirviera el número 12. - ¡Es la hora de andar! ¡Es hora de caminar! ¡No quiero este griterío aquí! ¡Pico, o llamo a un urbanita! ¡Le daré una noche! ¡Mañana por la mañana - fuera! Ah! ese día estaba intolerante con todos y con todo; más de una vez había mandado a Bertoleza a la más inmunda de las cosas, sólo porque ella le había hecho algunas preguntas sobre el servicio. Nunca lo había visto así, tan fuera de sí, tan lleno de repulsión; tampoco parecía el mismo hombre inalterable, siempre tranquilo y metódico. Y nadie sería capaz de creer que la causa de todo aquello era el hecho de que a Miranda le hubieran concedido el título de barón.
Sim, senhor! aquele taverneiro, na aparência tão humilde e tão miserável;
aquele sovina que nunca saíra dos seus tamancos e da sua camisa de riscadinho
de Angola; aquele animal que se alimentava pior que os cães, para pôr de parte
tudo, tudo, que ganhava ou extorquia; aquele ente atrofiado pela cobiça e que
parecia ter abdicado dos seus privilégios e sentimentos de homem; aquele
desgraçado, que nunca jamais amara senão o dinheiro, invejava agora o
Miranda, invejava-o deveras, com dobrada amargura do que sofrera o marido de
Dona Estela, quando, por sua vez, o invejara a ele. Acompanhara-o desde que o
Miranda viera habitar o sobrado com a família; vira-o nas felizes ocasiões da
vida, cheio de importância, cercado de amigos e rodeado de aduladores; vira-o
dar festas e receber em sua casa as figuras mais salientes da praça e da política;
vira-o luzir, como um grosso pião de ouro, girando por entre damas da melhor e
mais fina sociedade fluminense; vira-o meter-se em altas especulações
comerciais e sair-se bem; vira seu nome figurar em várias corporações de gente
escolhida e em subscrições, assinando belas quantias; vira-o fazer parte de festas
de caridade e festas de regozijo nacional; vira-o elogiado pela imprensa e
aclamado como homem de vistas largas e grande talento financeiro; vira-o enfim
em todas as suas prosperidades, e nunca lhe tivera inveja.
¡Sí, señor! aquel tabernero, en apariencia tan humilde y tan miserable; aquel avaro que nunca había dejado sus zuecos y su camisa de rayas angoleñas; aquel animal que se alimentaba peor que los perros, para dejar de lado todo, todo, lo que ganaba o extorsionaba; ese ente atrofiado por la codicia y que parecía haber renunciado a sus privilegios y sentimientos de hombre; ese miserable, que nunca había amado otra cosa que el dinero, ahora envidiaba a Miranda, lo envidiaba de verdad, con el doble de amargura de la que había sufrido el marido de doña Estela cuando, a su vez, lo envidiaba a él. Ella lo había acompañado desde que Miranda vino a vivir con su familia en el sobrado; lo había visto en las ocasiones felices de su vida, lleno de importancia, rodeado de amigos y aduladores; lo había visto dar fiestas y recibir en su casa a las figuras más prominentes de la plaza y de la política; lo había visto iluminarse, como un grueso trompo de oro, girando entre las damas de la mejor y más fina sociedad de Río; le había visto meterse en altas especulaciones comerciales y salir bien parado; había visto figurar su nombre en varias corporaciones de personas escogidas y en suscripciones, firmando pingües cantidades; le había visto tomar parte en fiestas de caridad y de regocijo nacional; le había visto alabado por la prensa y aclamado como hombre de amplias miras y gran talento financiero; le había visto en todas sus prosperidades, y nunca le había envidiado.
Mas agora, estranho
deslumbramento! quando o vendeiro leu no “Jornal do Comércio” que o vizinho
estava barão — Barão! — sentiu tamanho calafrio em todo o corpo, que a vista
por um instante se lhe apagou dos olhos.
— Barão!
E durante todo o santo dia não pensou noutra coisa. “Barão!... Com esta é
que ele não contava!...” E, defronte da sua preocupação, tudo se convertia em
comendas e crachás; até os modestos dois vinténs de manteiga, que media sobre
um pedaço de papel de embrulho para dar ao freguês, transformava-se, de
simples mancha amarela, em opulenta insígnia de ouro cravejada de brilhantes.
À noite, quando se estirou na cama, ao lado da Bertoleza, para dormir, não
pôde conciliar o sono. Por toda a miséria daquele quarto sórdido; pelas paredes
imundas, pelo chão enlameado de poeira e sebo, nos tetos funebremente velados
pelas teias de aranha, estrelavam pontos luminosos que se iam transformando
em grã-cruzes, em hábitos e veneras de toda a ordem e espécie. E em volta do
seu espírito, pela primeira vez alucinado, um turbilhão de grandezas que ele mal
conhecia e mal podia imaginar, perpassou vertiginosamente, em ondas de seda e
rendas, velado e pérolas, colos e braços de mulheres seminuas, num fremir de
risos e espumar aljofrado de vinhos cor-de-ouro.
Pero ahora, ¡extraña maravilla! cuando el posadero leyó en el “Jornal do Comércio” que su vecino era un barón — ¡Barón! —sintió tal escalofrío en todo su cuerpo que la vista por un instante se desvaneció de sus ojos. "¡Barón!" Y todo ese santo día no pensó en otra cosa. “¡Barón!... ¡Éste no contaba!...” Y, ante su preocupación, todo se convirtió en elogios y condecoraciones; incluso los modestos dos centavos de mantequilla, que midió en un trozo de papel de envolver para dar al cliente, se transformaron de una simple mancha amarilla en una opulenta insignia de oro tachonada de diamantes. Por la noche, cuando se tendía en la cama junto a Bertoleza a dormir, no lograba conciliar el sueño. Por toda la miseria de esa sórdida habitación; en las paredes sucias, en el suelo embarrado de polvo y grasa, en los techos fúnebres velados por telarañas, estrellaban puntos luminosos que se iban transformando en grandes cruces, en hábitos y veneraciones de todo orden y especie. Y alrededor de su espíritu, alucinado por primera vez, corría vertiginoso un torbellino de grandeza que apenas conocía y apenas podía imaginar, en ondas de seda y encaje, velos y perlas, cuellos y brazos de mujeres semidesnudas, en un escalofrío. de risas y espuma aljofrado de vinos dorados.
E nuvens de caudas de vestidos
e abas de casaca lá iam, rodando deliciosamente, ao som de langorosas valsas e
à luz de candelabros de mil velas de todas as cores. E carruagens desfilavam
reluzentes, com uma coroa à portinhola, o cocheiro teso, de libré, sopeando
parelhas de cavalos grandes. E intermináveis mesas estendiam-se, serpenteando
a perder de vista, acumuladas de iguarias, numa encantadora confusão de flores,
luzes, baixelas e cristais, cercadas de um e de outro lado por luxuoso renque de
convivas, de taça em punho, brindando o anfitrião.
E, porque nada disso o vendeiro conhecia de perto, mas apenas pelo ruído
namorador e fátuo, ficava deslumbrado com o seu próprio sonho. Tudo aquilo,
que agora lhe deparava o delírio, até ai só lhe passara pelos olhos ou lhe chegara
aos ouvidos como o eco e reflexo de um mundo inatingível e longínquo; um
mundo habitado por seres superiores; um paraíso de gozos excelentes e
delicados, que os seus grosseiros sentidos repeliam; um conjunto harmonioso e
discreto de sons e cores mal definidas e vaporosas; um quadro de manchas
pálidas, sussurrantes, sem firmezas de tintas, nem contornos, em que se não
determinava o que era pétala de rosa ou asa de borboleta, murmúrio de brisa ou
ciciar de beijos.
Y por allí iban nubes de colas y faldones, arremolinándose deliciosamente, al son de lánguidos valses ya la luz de candelabros con mil velas de todos los colores. Y los carruajes pasaban relucientes, con una corona en la escotilla, el conductor tieso, con librea, dando saltos a tiros de grandes caballos. Y un sinfín de mesas se extendían, serpenteando hasta donde alcanzaba la vista, apiladas con delicias, en una encantadora confusión de flores, luces, vajillas y cristalería, rodeadas a un lado y al otro por una lujosa hilera de invitados, copa en mano. , brindando por la hostia . Y como el ventero no sabía nada de esto de cerca, sino sólo por el ruido coqueto y fatuo, se deslumbró con su propio sueño. Todo aquel delirio que ahora lo enfrentaba hasta ahora sólo había pasado por sus ojos o llegado a sus oídos como el eco y reflejo de un mundo inalcanzable y lejano; un mundo habitado por seres superiores; un paraíso de goces exquisitos y delicados, que sus groseros sentidos repelían; un conjunto armonioso y discreto de sonidos y colores mal definidos y vaporosos; un cuadro de manchas pálidas, susurrantes, sin la firmeza de la tinta, ni los contornos, en el que no era posible determinar qué era un pétalo de rosa o el ala de una mariposa, el murmullo de una brisa o el susurro de unos besos.
Não obstante, ao lado dele a crioula roncava, de papo para o ar, gorda,
estrompada de serviço, tresandando a uma mistura de suor com cebola crua e
gordura podre.
Mas João Romão nem dava por ela; só o que ele via e sentia era todo aquele
voluptuoso mundo inacessível vir descendo para a terra, chegando-se para o seu
alcance, lentamente, acentuando-se. E as dúbias sombras tomavam forma, e as
vozes duvidosas e confusas transformavam-se em falas distintas, e as linhas
desenhavam-se nítidas, e tudo se ia esclarecendo e tudo se aclarava, num reviver
de natureza ao raiar do sol. Os tênues murmúrios suspirosos desdobravam-se em
orquestra de baile, onde se distinguiam instrumentos, e os surdos rumores
indefinidos eram já animadas conversas, em que damas e cavalheiros discutiam
política, artes, literatura e ciência.
Sin embargo, junto a él roncaba la negra, la cabeza colgando en el aire, gorda, reventada de servicio, apestando a una mezcla de sudor con cebolla cruda y grasa podrida. Pero João Romão ni siquiera la notó; todo lo que podía ver y sentir era todo ese mundo voluptuoso e inaccesible bajando a la tierra, poniéndose a su alcance, lentamente, intensificándose. Y las sombras dudosas tomaron forma, y las voces dudosas y confusas se transformaron en discursos distintos, y las líneas se dibujaron con claridad, y todo se hizo cada vez más claro, en un renacer de la naturaleza al amanecer. Los tenues murmullos de suspiros se desplegaban en una orquesta de baile, donde se distinguían los instrumentos, y los murmullos sordos e indefinidos eran ya animadas conversaciones, en las que damas y caballeros discutían de política, artes, literatura y ciencia.
E uma vida inteira, completa, real,
descortinou-se amplamente defronte dos seus olhos fascinados; uma vida
fidalga, de muito luxo, de muito dinheiro; uma vida de palácio, entre mobílias
preciosas e objetos esplêndidos, onde ele se via cercado de titulares milionários,
e homens de farda bordada, a quem tratava por tu, de igual para igual,
pondo-lhes a mão no ombro. E ali ele não era, nunca fora, o dono de um cortiço,
de tamancos e em mangas de camisa; ali era o Sr. Barão! O Barão do ouro! o
Barão das grandezas! o Barão dos milhões! Vendeiro! Qual! era o famoso, o
enorme capitalista! o proprietário sem igual! o incomparável banqueiro, em
cujos capitais se equilibrava a terra, como imenso globo em cima de colunas
feitas de moedas de ouro. E viu-se logo montado a cavaleiras sobre o mundo,
pretendendo abarcá-lo com as suas pernas curtas; na cabeça uma coroa de rei e
na mão um cetro. E logo, de todos os cantos do quarto, começaram a jorrar
cascatas de libras esterlinas, e a seus pés principiou a formar-se um formigueiro
de pigmeus em grande movimento comercial; e navios descarregavam pilhas e
pilhas de fardos e caixões marcados com as iniciais do seu nome; e telegramas
faiscavam eletricamente em volta da sua cabeça; e paquetes de todas as
nacionalidades giravam vertiginosamente em torno do seu corpo de colosso,
arfando e apitando sem trégua; e rápidos comboios a vapor atravessam-no todo,
de um lado a outro, como se o cosessem com uma cadeia de vagões.
Mas, de repente, tudo desapareceu com a seguinte frase:
Y toda una vida real, completa, se desplegaba ante sus ojos fascinados; una vida noble, con mucho lujo, mucho dinero; una vida de palacio, entre muebles preciosos y objetos espléndidos, donde se vio rodeado de poseedores de millonarios, y hombres de uniformes bordados, a los que trataba como a ti, como a un igual, poniéndoles la mano sobre los hombros. Y allí no estaba, nunca había estado, el dueño de un inquilinato, en zuecos y mangas de camisa; estaba el sr. ¡Barón! ¡El barón de oro! el barón de la grandeza! el barón de millones! ¡Vendedor! ¡Cual! ¡Él era el famoso, el enorme capitalista! el dueño único! el banquero incomparable, sobre cuyos capiteles se balanceaba la tierra, como un globo inmenso sobre columnas hechas de monedas de oro. Y pronto se encontró montado a caballo sobre el mundo, queriendo abarcarlo con sus cortas piernas; en su cabeza una corona de rey y en su mano un cetro. Y pronto, de todos los rincones de la sala, comenzaron a fluir cascadas de libras esterlinas, ya sus pies comenzó a formarse un hormiguero de pigmeos en gran movimiento comercial; y los barcos descargaban montones y montones de fardos y ataúdes marcados con las iniciales de su nombre; y los telegramas chisporroteaban eléctricamente alrededor de su cabeza; y vapores de todas las nacionalidades giraban vertiginosamente alrededor de su cuerpo coloso, jadeando y silbando sin tregua; y rápidos trenes de vapor lo atraviesan todo, de un lado a otro, como cosiéndolo con una cadena de vagones. Pero de repente todo desapareció con la siguiente frase:
Acorda, seu João, para ir à praia. São horas! Bertoleza chamava-o aquele domingo, como todas as manhãs, para ir buscar
o peixe, que ela tinha de preparar para os seus fregueses. João Romão, com
medo de ser iludido, não confiava nunca aos empregados a menor compra a
dinheiro; nesse dia, porém, não se achou com animo de deixar a cama e disse à
amiga que mandasse o Manuel.
Seriam quatro da madrugada. Ele conseguiu então passar pelo sono.
Às seis estava de pé. Defronte, a casa do Miranda resplandecia já. Içaram-se
bandeiras nas janelas da frente; mudaram-se as cortinas, armaram-se florões de
murta à entrada e recamaram-se de folhas de mangueira o corredor e a calçada.
Dona Estela mandou soltar foguetes e queimar bombas ao romper da alvorada.
Uma banda de música, em frente à porta do sobrado, tocava desde essa hora. O
Barão madrugara com a família; todo de branco, com uma gravata de rendas,
brilhantes no peito da camisa, chegava de vez em quando a uma das janelas, ao
lado da mulher ou da filha, agradecendo para a rua; e limpava a testa com o
lenço; acendia charutos, risonho, feliz, resplandecente.
Despierta, João, para ir a la playa. ¡Es la hora! Bertoleza lo llamó ese domingo, como todas las mañanas, para ir a buscar el pescado, que tenía que preparar para sus clientes. João Romão, temeroso de ser engañado, nunca confió a sus empleados la más mínima compra en efectivo; ese día, sin embargo, no tenía ganas de levantarse de la cama y le dijo a su amiga que enviara a Manuel. Serían las cuatro de la mañana. Luego logró pasar a través del sueño. A las seis estaba levantado. Enfrente, la casa de Miranda ya resplandecía. Se izaron banderas en las ventanas delanteras; se cambiaron las cortinas, se colocaron flores de arrayán en la entrada y se cubrieron el pasillo y la acera con hojas de mango. Doña Estela mandó lanzar cohetes y quemar bombas al amanecer. Una banda de música, frente a la puerta principal de la casa, tocaba desde entonces. El barón se había levantado temprano con su familia; Todo de blanco, con un lazo de encaje, brillante en el pecho de la camisa, de vez en cuando se acercaba a alguna de las ventanas, al lado de su mujer o de su hija, agradeciendo la calle; y se secó la frente con su pañuelo; encendía cigarros, sonriente, feliz, resplandeciente.
João Romão via tudo isto com o coração moído. Certas dúvidas aborrecidas
entravam-lhe agora a roer por dentro: qual seria o melhor e o mais acertado: —
ter vivido como ele vivera até ali, curtindo privações, em tamancos e mangas de
camisa; ou ter feito como o Miranda, comendo boas coisas e gozando à farta?...
Estaria ele, João Romão, habilitado a possuir e desfrutar tratamento igual ao do
vizinho?... Dinheiro não lhe faltava para isso... Sim, de acordo! mas teria animo
de gastá-lo assim, sem mais nem menos?... sacrificar uma boa porção de contos
de réis, tão penosamente acumulados, em troca de uma tetéia para o peito?...
Teria animo de dividir o que era seu, tomando esposa, fazendo família; e
cercando-se de amigos?... Teria animo de encher de finas iguarias e vinhos
preciosos a barriga dos outros, quando até ali fora tão pouco condescendente
para com a própria?...
João Romão vio todo esto con el corazón roto. Ciertas dudas molestas le carcomían ahora las entrañas: cuál sería lo mejor y lo más correcto: — haber vivido como había vivido hasta entonces, disfrutando de las privaciones, en zuecos y en mangas de camisa; o haber hecho como Miranda, comiendo cosas buenas y gozando al máximo?... ¿Él, João Romão, estaría capacitado para tener y gozar de un trato igual al de su prójimo?... Dinero no le faltaba para eso ... Sí, por supuesto acuerdo! pero ¿tendría el coraje de gastarlo así, así sin más?... ¿sacrificaría una buena parte de los contos de réis, tan dolorosamente acumulados, a cambio de una teta para su pecho?... ¿Tendría el coraje de compartir lo que era suyo, tomar esposa, formar una familia; y rodearse de amigos?... ¿Tendría el coraje de llenar el vientre de los demás con finos manjares y vinos preciosos, cuando hasta entonces había sido tan poco condescendiente con los suyos?...
E, caso resolvesse mudar de vida radicalmente, unir-se a
uma senhora bem-educada e distinta de maneiras, montar um sobrado como o do
Miranda e volver-se titular, estaria apto para o fazer?... Poderia dar conta do
recado?... Dependeria tudo isso somente da sua vontade?... “Sem nunca ter
vestido um paletó, como vestiria uma casaca?... Com aqueles pés, deformados
pelo diabo dos tamancos, criados à solta, sem meias, como calçaria sapatos de
baile?... E suas mãos, calosas e maltratadas, duras como as de um cavouqueiro,
como se ajeitariam com a luva?... E isso ainda não era tudo! O mais difícil seria
o que tivesse de dizer aos seus convidados!... Como deveria tratar as damas e
cavalheiros, em meio de um grande salão cheio de espelhos e cadeiras
douradas?... Como se arranjaria para conversar, sem dizer barbaridades?...”
E um desgosto negro e profundo assoberbou-lhe o coração, um desejo forte
de querer saltar e um medo invencível de cair e quebrar as pernas. Afinal, a
dolorosa desconfiança de si mesmo e a terrível convicção da sua impotência
para pretender outra coisa que não fosse ajuntar dinheiro, e mais dinheiro, e
mais ainda, sem saber para que e com que fim, acabaram azedando-lhe de todo a
alma e tingindo de fel a sua ambição e despolindo o seu ouro.
Y, si él decidiera cambiar radicalmente su vida, unirse a una dama distinguida y bien educada, montar una casa adosada como la de Miranda y convertirse en propietario, ¿sería capaz de hacerlo?... ¿podría él con el trabajo?. .. ¿Dependería todo esto sólo de su voluntad?... "No habiendo llevado nunca un abrigo, ¿cómo iba a llevar un abrigo?... Con esos pies, deformados por el diablo de los zuecos, criados sueltos, sin medias, como zapatos ¿zapatos de pelota?... Y sus manos, callosas y maltratadas, duras como las de un jinete, ¿cómo encajarían con el guante?... ¡Y eso no era todo! ¡Lo más difícil sería lo que tenía que decir a sus invitados!... ¿Cómo debía tratar a damas y caballeros, en medio de un gran salón lleno de espejos y sillas doradas?... ¿Cómo lograría hablar, ¿sin decir barbaridades?...” Y un asco negro y profundo invadió su corazón, unas fuertes ganas de querer saltar y un miedo invencible a caer y romperse las piernas. Al final, la dolorosa desconfianza en sí mismo y la terrible convicción de su impotencia para pretender otra cosa que acumular dinero, y más dinero, y más, sin saber para qué y con qué fin, terminaron por amargarle el alma por completo. y tiñendo de hiel su ambición y moliendo su oro.
“Fora uma besta!... pensou de si próprio, amargurado: Uma grande besta!...
Pois não! por que em tempo não tratara de habituar-se logo a certo modo de
viver, como faziam tantos outros seus patrícios e colegas de profissão?... Por
que, como eles, não aprendera a dançar? e não freqüentar sociedades
carnavalescas? e não fora de vez em quando à Rua do Ouvidor e aos teatros e
bailes, e corridas e a passeios?... Por que se não habituara com as roupas finas, e
com o calçado justo, e com a bengala, e com o lenço, e com o charuto, e com o
chapéu, e com a cerveja, e com tudo que os outros usavam naturalmente, sem
precisar de privilégio para isso?... Maldita economia!”
— Teria gasto mais, é verdade!... Não estaria tão bem!... mas, ora adeus!
estaria habilitado a fazer do meu dinheiro o que bem quisesse!... Seria um
homem civilizado!...
— Você deu hoje para conversar com as almas, seu João?... perguntou-lhe
Bertoleza, notando que ele falava sozinho, distraído do serviço.
— Deixe! Não me amole você também. Não estou bom hoje!
— Ó gentes! não falei por mal!... Credo!
— ’Stá bem! Basta!
“¡Era una bestia!... Pensó para sí, con amargura: ¡Una gran bestia!... ¡Pues no! ¿Por qué no había tratado de acostumbrarse a una cierta forma de vida de una vez, como hicieron tantos de sus compatriotas y colegas de profesión?... ¿Por qué, como ellos, no había aprendido a bailar? y no asistir a las sociedades de carnaval? ¿y no había ido de vez en cuando a la Rua do Ouvidor y a los teatros y bailes y carreras y paseos?pañuelo, y con el cigarro, y con el sombrero, y con la cerveza, y con todo lo que los demás usaban naturalmente , sin necesidad de un privilegio para hacerlo?... ¡Maldita economía!” — ¡Hubiera gastado más, es verdad!... ¡No hubiera sido tan bueno!... pero, ¡adiós! ¡Sería capaz de hacer con mi dinero lo que quisiera!... ¡Sería un hombre civilizado!... —¿Te tomaste el tiempo de hablar con las almas hoy, João?, distraído del servicio. "¡Dejalo!" No te burles de mí también. ¡No estoy bien hoy! — ¡Oh pueblo! ¡No quise decir mal!... ¡Guau! - '¡Bueno! ¡Suficiente!
E o seu mau humor agravou-se pelo correr do dia. Começou a implicar com
tudo. Arranjou logo uma pega, à entrada da venda, com o fiscal da rua: “Pois ele
era lá algum parvo, que tivesse medo de ameaças de multas?... Se o bolas do
fiscal esperava comê-lo por uma perna, como costumava fazer com os outros,
que experimentasse, para ver só quanto lhe custaria a festa!... E que lhe não
rosnasse muito, que ele não gostava de cães à porta!... Era andar!” Pegou-se
depois com a Machona, por causa de um gato desta, que, a semana passada, lhe
fora ao tabuleiro do peixe frito. Parava defronte das tinas vazias, encolerizado,
procurando pretextos para ralhar. Mandava, com um berro, saírem as crianças de
seu caminho: “Que praga de piolhos! Arre, demônio! Nunca vira gente tão
danada para parir! Pareciam ratas!” Deu um encontrão no velho Libório.
— Sai tu também do caminho, fona de uma figa! Não sei que diabo fica
fazendo cá no mundo um caco velho como este, que já não presta pra nada!
Protestou contra os galos de um alfaiate, que se divertia a fazê-los brigar, no
meio de grande roda entusiasmada e barulhenta. Vituperou os italianos, porque
estes, na alegre independência do domingo, tinham à porta da casa uma
esterqueira de cascas de melancia e laranja, que eles comiam tagarelando,
assentados sobre a janela e a calçada.
Y su mal humor empeoró a medida que avanzaba el día. Empezó a involucrarse en todo. Inmediatamente arregló una cita, en la entrada de la tienda, con el inspector de la calle: “¿Era una especie de tonto, temeroso de la amenaza de multas?... Si el inspector matón esperaba comerlo por una pierna , como solía hacer con los demás, para probar, ¡a ver cuánto le costaba la fiesta!... ¡Y eso que no gruñía mucho, que no le gustaban los perros en la puerta! ... ¡Estaba caminando! Después se metió en líos con Machona, por culpa de uno de sus gatos, que la semana pasada se había ido a su bandeja de pescaíto frito. Se detenía frente a las tinas vacías, enfurecido, buscando excusas para regañar. Con un grito, ordenó a los niños que se apartaran de su camino: “¡Qué plaga de piojos! ¡Arre, demonio! ¡Nunca había visto gente tan condenadamente lista para dar a luz! ¡Parecían ratas!”. Tropezó con el viejo Liborio. — ¡Tú también quítate del camino, que te jodan los dedos! ¡No sé qué diablos hace un viejo fragmento como este aquí en el mundo, que ya no sirve para nada! Protestó contra las pollas de un sastre, que se divertía haciéndolas pelear, en medio de un círculo numeroso, entusiasta y ruidoso. Injuriaba a los italianos porque, en la feliz independencia del domingo, tenían fuera de su casa un montón de estiércol de sandía y cáscaras de naranja, que comían charlando, sentados en la ventana y en la acera.
— Quero isto limpo! bramava furioso. Está pior que um chiqueiro de
porcos! Apre! Tomara que a febre amarela os lamba a todos! maldita raça de
carcamanos! Hão de trazer-me isto asseado ou vai tudo para o olho da rua! Aqui
mando eu!
Com a pobre velha Marciana, que não tratara de despejar o número 12,
conforme a intimação da véspera, a sua fúria tocou ao delírio. A infeliz, desde
que Florinda lhe fugira, levava a choramingar e maldizer-se, monologando com
persistência maníaca. Não pregou olho durante toda a noite; saíra e entrara na
estalagem mais de vinte vezes, irrequieta, ululando, como uma cadela a quem
roubaram o cachorrinho.
Estava apatetada; não respondia às perguntas que lhe dirigiam. João Romão
falou-lhe; ela nem sequer se voltou para ouvir. E o vendeiro, cada vez mais
excitado, foi buscar dois homens e ordenou que esvaziassem o numero 12.
— Os tarecos fora! e já! Aqui mando eu! Aqui sou eu o monarca!
E tinha gestos inflexíveis de déspota.
Principiou o despejo.
— Não! aqui dentro não! Tudo lá fora! na rua! gritou ele, quando os
carregadores quiseram depor no pátio os trens de Marciana. Lá fora do portão!
Lá fora do portão!
"¡Quiero esto limpio!" rugió furiosamente. ¡Es peor que una pocilga! ¡Aprender! ¡Que la fiebre amarilla los lama a todos! maldita raza de glotones! ¡Me traerán esto limpio o todo se irá por el desagüe! ¡Aquí mando yo! Con la pobre Marciana, que no había intentado botar al número 12, como la habían convocado el día anterior, su furia llegó al delirio. La desdichada, desde que Florinda se le escapó, se había aficionado a lloriquear y maldecirse a sí misma, monólogo con persistencia maníaca. No pegó ojo en toda la noche; había salido y entrado en la posada más de veinte veces, inquieta, aullando, como una perra a la que le han robado el cachorro. Yo estaba estupefacto; no respondió a las preguntas que le fueron dirigidas. Joao Romão le habló; ni siquiera se volvió para escuchar. Y el ventero, cada vez más excitado, fue a buscar a dos hombres y les ordenó vaciar el número 12. —¡Fuera los tarecos! ¡y ya! ¡Aquí mando yo! ¡Aquí soy el monarca! Y tenía los gestos inflexibles de un déspota. Comenzó el desalojo. - ¡No! ¡no aquí! ¡Todo por ahí! ¡en la calle! gritó cuando los cargadores querían depositar los trenes de Marciana en el patio. ¡Fuera de la puerta! ¡Fuera de la puerta!
E a mísera, sem opor uma palavra, assistia ao despejo acocorada na rua, com
os joelhos juntos, as mãos cruzadas sobre as canelas, resmungando. Transeuntes
paravam a olhá-la. Formava-se já um grupo de curiosos. Mas ninguém entendia
o que ela rosnava; era um rabujar confuso, interminável, acompanhado de um
único gesto de cabeça, triste e automático. Ali perto, o colchão velho, já roto e
destripado, os móveis desconjuntados e sem verniz, as trouxas de molambos
úteis, as louças ordinárias e sujas do uso, tinham, tudo amontoado e sem ordem,
um ar indecoroso de interior de quarto de dormir, devassado em flagrante
intimidade. E veio o homem dos cinco instrumentos, que, aos domingos,
aparecia sempre; e fez-se o entra-e-sai dos mercadores; e lavadeiras ganharam a
rua em trajos de passeio, e os tabuleiros de roupa engomada, que saiam,
cruzaram-se com os sacos de roupa suja, que entravam; e Marciana não se
movia do seu lugar, monologando.
Y la desdichada, sin oponerse a una palabra, miraba el desalojo agazapada en la calle, con las rodillas juntas, las manos cruzadas sobre las pantorrillas, murmurando. Los transeúntes se detuvieron para mirarla. Ya se estaba formando un grupo de espectadores. Pero nadie entendió lo que ella gruñó; era un resoplido confuso e interminable, acompañado de un único y triste asentimiento automático. Muy cerca, el colchón viejo, ya desgarrado y destripado, los muebles desarticulados y sin barnizar, los fardos de trapos útiles, la vajilla ordinaria y sucia, todo amontonado y sin orden, aire indecoroso del interior de un dormitorio, depravado en intimidad flagrante. Y vino el hombre de los cinco instrumentos, que siempre aparecía los domingos; y los mercaderes entraban y salían; y las lavanderas salían a la calle con su ropa de calle, y las bandejas de ropa planchada, que salían, se cruzaban con las bolsas de ropa sucia, que entraban; y Marciana no se movía de su sitio, monólogo.
João Romão percorreu o número 12,
escancarando as portas, a dar arres e empurrando para fora, com o pé, algum
trapo ou algum frasco vazio que lá ficara abandonado; e a enxotada, indiferente
a tudo, continuava a sussurrar funebremente. Já não chorava, mas os olhos
tinha-os ainda relentados na sua muda fixidez. Algumas mulheres da estalagem
iam ter com ela de vez em quando, agora de novo compungidas, e faziam-lhe
oferecimentos, Marciana não respondia. Quiseram obrigá-la a comer; não houve
meio. A desgraçada não prestava atenção a coisa alguma, parecia não dar pela
presença de ninguém. Chamaram-na pelo nome repetidas vezes; ela persistia no
seu ininteligível monólogo, sem tirar a vista de um ponto.
Joao Romão pasó por el número 12, abriendo de par en par las puertas, arrancando y empujando, con el pie, algún trapo o botella vacía que había quedado allí abandonada; y la mujer espantada, indiferente a todo, seguía susurrando lastimeramente. Ya no lloraba, pero sus ojos seguían perezosos en su muda fijeza. Algunas mujeres de la posada se le acercaban de vez en cuando, ahora otra vez preocupadas, y le hacían ofrendas, Marciana no respondía. Querían obligarla a comer; no había medio. La desgraciada no prestaba atención a nada, no parecía fijarse en nadie. Llamaron su nombre una y otra vez; persistió en su monólogo ininteligible, sin apartar la vista de un punto.
— Cruzes! parece que lhe deu alguma!
— A Augusta chegara-se também.
— Teria ensandecido?... perguntou à Rita, que, a seu lado, olhava para a
infeliz, com um prato de comida na mão. Coitada!
— Tia Marciana! dizia a mulata. Não fique assim!! Levante-se! Meta os
seus trens pra dentro! Vá lá pra casa até encontrar arrumação!...
Nada! O monólogo continuava.
— Olhe que vai chover! Não tarda a cair água! Já senti dois pingos na cara.
Qual!
A Bruxa, a certa distancia, fitava-a com estranheza, igualmente imóvel,
como um efeito de sugestão.
“¡Cruces!” parece haberte dado algo! — Augusta también había llegado. —¿Se había vuelto loco?... preguntó a Rita, quien a su lado miraba a la desdichada, con un plato de comida en la mano. ¡Pobre cosa! —¡Tía Marciana! dijo la mulata. ¡¡No te pongas así!! ¡Ponerse de pie! ¡Pon tus trenes! ¡Vete a casa hasta que te encuentres ordenado!... ¡Nada! El monólogo continuó. "¡Mira, va a llover!" ¡No tarda mucho en caer el agua! Ya sentí dos gotas en mi cara. ¡Cual! La Bruja, a cierta distancia, la miraba extrañada, igualmente inmóvil, como un efecto de sugestión.
Rita afastou-se, porque acabava de chegar o Firmo, acompanhado pelo
Porfiro, trazendo ambos embrulhos para o jantar. O amigo da das Dores também
veio. Deram três horas da tarde. A casa do Miranda continuava em festa
animada cada vez mais cheia de visitas; lá dentro a música quase que não
tomava fôlego, enfiando quadrilhas e valsas; moças e meninas dançavam na sala
da frente, com muito riso; desarrolhavam-se garrafas a todo instante; os criados
iam e vinham, de carreira, da sala de jantar à despensa e à cozinha, carregados
de copos em salvas; Henrique, suado e vermelho, aparecia de quando em quando
à janela, impaciente por não ver Pombinha, que estava esse dia de passeio com a
mãe em casa de Léonie.
Rita se alejó, porque acababa de llegar Firmo, acompañado de Porfiro, trayendo ambos paquetes para la cena. También vino el amigo de Das Dores. Eran las tres de la tarde. La casa de Miranda seguía siendo una fiesta animada, cada vez más llena de visitantes; adentro la música apenas tomaba aliento, intercalando danzas cuadradas y valses; jóvenes y niñas bailaban en la sala delantera, con muchas risas; las botellas estaban descorchadas todo el tiempo; los criados iban y venían, en fila, del comedor a la despensa ya la cocina, llevando vasos en cuencos; Henrique, sudoroso y sonrojado, aparecía de vez en cuando en la ventana, impaciente por no ver a Pombinha, que estaba ese día en casa de Léonie con su madre.
João Romão, depois de serrazinar na venda com os caixeiros e com a
Bertoleza, tornou ao pátio da estalagem queixando-se de que tudo ali ia muito
mal. Censurou os trabalhadores da pedreira, nomeando o próprio Jerônimo, cuja
força física aliás o intimidara sempre. “Era um relaxamento aquela porcaria de
serviço! Havia três semanas que estava com uma broca à-toa, sem atar, nem
desatar; afinal ai chegara o domingo e não se havia ainda lascado fogo! Uma
verdadeira calaçaria! O tal seu Jerônimo, dantes tão apurado, era agora o
primeiro a dar o mau exemplo! perdia noites no samba! não largava os rastros da
Rita Baiana e parecia embeiçado por ela! Não tinha jeito!” Piedade, ouvindo o
vendeiro dizer mal do seu homem, saltou em defesa deste com duas pedras na
mão, e uma contenda travou-se, assanhando todos os ânimos. Felizmente, a
chuva, caindo em cheio, veio dispersar o ajuntamento que se tornava sério. Cada
um correu para o seu buraco, num alvoroço exagerado; as crianças despiram-se
e vieram cá fora tomar banho debaixo das goteiras, por pagode, gritando, rindo,
saltando e atirando-se ao chão, a espernearem; fingindo que nadavam. E lá
defronte, no sobrado, ferviam brindes, enquanto a água jorrava copiosamente,
alagando o pátio.
João Romão, después de aserrar la tienda con los dependientes y Bertoleza, volvió al patio de la posada quejándose de que allí todo iba muy mal. Censuró a los trabajadores de la cantera, nombrando al propio Jerónimo, cuya fuerza física siempre lo había intimidado. “¡Ese servicio de mierda fue relajante! Durante tres semanas había tenido un taladro gratis, desatado o desatado; ¡Después de todo, el domingo había llegado y el fuego aún no había estallado! ¡Una auténtica calaçaria! ¡Ese Jerónimo, que antes era tan refinado, ahora era el primero en dar un mal ejemplo! noches perdidas en la samba! ¡no soltaba las huellas de Rita Baiana y parecía estar obsesionado con ella! ¡No había manera!” Piedade, al oír que el posadero hablaba mal de su hombre, saltó en su defensa con dos piedras en la mano, y estalló una pelea que agitó todos los ánimos. Afortunadamente, la lluvia, cayendo a raudales, vino a dispersar la tertulia que se iba poniendo seria. Cada uno corrió a su hoyo, en un alboroto exagerado; los niños se desvistieron y salieron a bañarse bajo las goteras, gritando, riendo, saltando y tirándose al suelo pateando; fingiendo nadar. Y ahí enfrente, en el segundo piso, hirvían tostadas, mientras el agua brotaba copiosamente, inundando el patio.
Quando João Romão entrou na venda, recolhendo-se da chuva, um caixeiro
entregou-lhe um cartão de Miranda. Era um convite para lá ir à noite tomar uma
chávena de chá.
O vendeiro, a principio, ficou lisonjeado com o obséquio, primeiro desse
gênero que em sua vida recebia; mas logo depois voltou-lhe a cólera com mais
ímpeto ainda. Aquele convite irritava-o como um ultraje, uma provocação. “Por
que o pulha o convidara, devendo saber que ele decerto lá não ia?... Para que, se
não para o enfrenesiar ainda mais do que já estava?!... Seu Miranda que fosse à
tábua com a sua festa e com os seus títulos!”
— Não preciso dele para nada!... exclamou o vendeiro. Não preciso, nem
dependo de nenhum safardana! Se gostasse de festas, dava-as eu!
No entanto, começou a imaginar como seria, no caso que estivesse
prevenido de roupa e aceitasse o convite: figurou-se bem vestido, de pano fino,
com uma boa cadeia de relógio, uma gravata com alfinete de brilhantes; e viu-se
lá em cima, no meio da sala, a sorrir para os lados, prestando atenção a um,
prestando atenção a outro, discretamente silencioso e afável, sentindo que o
citavam dos lados em voz mortiça e respeitosa como um homem rico, cheio de
independência. E adivinhava os olhares aprobativos das pessoas sérias; os
óculos curiosos das velhas assestados sobre ele, procurando ver se estaria ali um
bom arranjo para uma das filhas de menor cotação.
Cuando João Romão entró en la tienda, resguardándose de la lluvia, un dependiente le entregó una tarjeta Miranda. Era una invitación para ir allí por la noche a tomar una taza de té. El posadero, al principio, se sintió halagado por el regalo, el primero de este tipo que había recibido en su vida; pero poco después la ira volvió con más ímpetu aún. Esa invitación lo irritó como un ultraje, una provocación. “¿Por qué lo había invitado el bastardo, sabiendo que ciertamente no iba a ir allí?... ¡¿Por qué, si no es para enojarlo más de lo que ya estaba?!... Su Miranda, déjalo ir al tablero con su partido y con sus títulos!” "¡No lo necesito para nada!", exclamó el posadero. ¡No necesito, ni dependo de ninguna safardana! ¡Si me gustaran las fiestas, las haría! Sin embargo, comenzó a imaginar cómo sería, en caso de que estuviera preparado con ropa y aceptara la invitación: supuso que estaba bien vestido, en tela fina, con una buena cadena de reloj, una corbata con un alfiler de diamantes; y se vio allí arriba, en medio de la sala, sonriendo de un lado a otro, fijándose en uno, fijándose en otro, discretamente silencioso y afable, sintiéndose mencionado desde los lados con una voz muerta y respetuosa como un hombre rico, lleno de independencia. Y adivinó las miradas de aprobación de la gente seria; los anteojos curiosos de las ancianas estaban fijos en él, tratando de ver si habría un buen partido para una de las hijas de menor precio.
Nesse dia serviu mal e porcamente aos fregueses; tratou aos repelões a
Bertoleza e, quando, já as cinco horas, deu com a Marciana, que, uns negros por
compaixão haviam arrastado para dentro da venda, disparatou:
— Ora bolas! pra que diabo me metem em casa este estupor?! Gosto de ver
tais caridades com o que é dos outros! Isto aqui não é acoito de vagabundos!...
E, como um polícia, todo encharcado de chuva, entrasse para beber um gole
de parati, João Romão voltou-se para ele e disse-lhe:
— Camarada, esta mulher é gira! não tem domicilio, e eu não hei de,
quando fechar a porta, ficar com ela aqui dentro da venda!
O soldado saiu e, daí a coisa de uma hora, Marciana era carregada para o
xadrez, sem o menor protesto e sem interromper o seu monólogo de demente.
Os cacaréus foram recolhidos ao depósito público por ordem do inspetor do
quarteirão. E a Bruxa era a única que parecia deveras impressionada com tudo
aquilo.
Ese día atendió mal y mal a los clientes; Cuidó a Bertoleza, y cuando, ya a las cinco, se cruzó con Marciana, a la que por compasión unos negros habían arrastrado a la tienda, soltó: "¡Qué diablos! ¡¿Por qué diablos me están poniendo en casa con este estupor?! ¡Me gusta ver tales obras de caridad con lo que es de otros! ¡Este no es un lugar para vagabundos!... Y, como un policía, empapado de lluvia, entraba a beber un sorbo de parati, João Romão se volvió hacia él y le dijo: "¡Camarada, esta mujer es bonita!" ella no tiene un hogar, y yo no, cuando cierre la puerta, ¡la mantendré aquí con los ojos vendados! El soldado se fue y, como una hora después, Marciana fue llevada al ajedrez, sin la menor protesta y sin interrumpir su demente monólogo. Los cacareos fueron recogidos del depósito público por orden del inspector de la manzana. Y la Bruja era la única que parecía realmente impresionada por todo.
Entretanto, a chuva cessou completamente, o sol reapareceu, como para
despedir-se: andorinhas esgaivotaram no ar; e o cortiço palpitou inteiro na
trêfega alegria do domingo. Nas salas do barão a festa engrossava, cada vez
mais estrepitosa; de vez em quando vinha de lá uma taça quebrar-se no pátio da
estalagem, levantando protestos e surriadas.
A noite chegou muito bonita, com um belo luar de lua cheia, que começou
ainda com o crepúsculo; e o samba rompeu mais forte e mais cedo que de
costume, incitado pela grande animação que havia em casa do Miranda.
Foi um forrobodó valente. A Rita Baiana essa noite estava de veia para a
coisa; estava inspirada; divina! Nunca dançara com tanta graça e tamanha
lubricidade!
Mientras tanto, la lluvia cesó por completo, el sol reapareció, como para despedirse: las golondrinas volaron por el aire; y toda la vivienda palpitaba con la bulliciosa alegría del domingo. En las habitaciones del barón, la fiesta se hizo más y más ruidosa; de vez en cuando se rompía un cuenco en el patio de la posada, levantando protestas y palizas. La noche llegó muy hermosa, con un hermoso claro de luna proveniente de la luna llena, que comenzaba al anochecer; y la samba estalló más fuerte y más temprano que de costumbre, espoleada por el gran alboroto en la casa de Miranda. Fue un valiente forrobodó. Rita Baiana esa noche estaba de humor para la cosa; Estaba inspirado; ¡divino! ¡Nunca había bailado con tanta gracia y lubricidad!
Também cantou. E cada verso que vinha da sua boca de mulata era um
arrulhar choroso de pomba no cio. E o Firmo, bêbedo de volúpia, enroscava-se
todo ao violão; e o violão e ele gemiam com o mesmo gosto, grunhindo,
ganindo, miando, com todas as vozes de bichos sensuais, num desespero de
luxúria que penetrava até ao tutano com línguas finíssimas de cobra.
Jerônimo não pôde conter-se: no momento em que a baiana, ofegante de
cansaço, caiu exausta, assentando-se ao lado dele, o português segredou-lhe com
a voz estrangulada de paixão:
— Meu bem! se você quiser estar comigo, dou uma perna ao demo!
O mulato não ouviu, mas notou o cochicho e ficou, de má cara, a rondar
disfarçadamente o rival.
O canto e a dança continuavam todavia, sem afrouxar. Entrou a das Dores.
Nenen, mais uma amiga sua, que fora passar o dia com ela, rodavam de mãos
nas cadeiras, rebolando em meio de uma volta de palmas cadenciadas, no
acompanhamento do ritmo requebrado da musica.
También cantó. Y cada verso que salía de su boca mulata era el arrullo lloroso de una paloma en celo. Y Firmo, ebrio de voluptuosidad, se acurrucó alrededor de la guitarra; y la guitarra y gemía con el mismo gusto, gruñendo, aullando, maullando, con todas las voces de animales sensuales, en una desesperación lujuriosa que penetraba hasta la médula con finísimas lenguas de serpiente. Jerónimo no pudo contenerse: en el momento en que la bahiana, jadeando de agotamiento, se derrumbó extenuada, sentándose a su lado, el portugués le susurró con voz estrangulada por la pasión: "¡Dios mío!" ¡Si quieres estar conmigo, le daré una oportunidad a la demostración! El mulato no oyó, pero percibió el susurro y, con una mueca, se cernió subrepticiamente sobre su rival. El canto y el baile continuaron, sin embargo, sin cesar. Entró Dorés. Nenen, otro amigo suyo, que había ido a pasar el día con ella, daba vueltas con las manos en las sillas, balanceándose en medio de una ronda de aplausos rítmicos, al compás del vaivén de la música.
Quando o marido de Piedade disse um segundo cochicho à Rita, Firmo
precisou empregar grande esforço para não ir logo às do cabo.
Mas, lá pelo meio do pagode, a baiana caíra na imprudência de derrear-se
toda sobre o português e soprar-lhe um segredo, requebrando os olhos. Firmo,
de um salto, aprumou-se então defronte dele, medindo-o de alto a baixo com um
olhar provocador e atrevido. Jerônimo, também posto de pé, respondeu altivo
com um gesto igual. Os instrumentos calaram-se logo. Fez-se um profundo
silêncio. Ninguém se mexeu do lugar em que estava. E, no meio da grande roda,
iluminados amplamente pelo capitoso luar de abril, os dois homens, perfilados
defronte um do outro, olhavam-se em desafio.
Jerônimo era alto, espadaúdo, construção de touro, pescoço de Hércules,
punho de quebrar um coco com um murro: era a força tranqüila, o pulso de
chumbo. O outro, franzino, um palmo mais baixo que o português, pernas e
braços secos, agilidade de maracajá: era a força nervosa; era o arrebatamento
que tudo desbarata no sobressalto do primeiro instante. Um, sólido e resistente;
o outro, ligeiro e destemido, mas ambos corajosos.
Cuando el marido de Piedade dijo un segundo susurro a Rita, Firmo tuvo que hacer un gran esfuerzo para no ir directo a lo del cabo. Pero, en algún lugar en medio de la pagoda, la bahiana había caído en la imprudencia de derretirse con el portugués y susurrarle un secreto, poniendo los ojos en blanco. Firme, de un salto, luego se enderezó frente a él, midiéndolo de arriba a abajo con una mirada provocativa y atrevida. Jerónimo, también de pie, respondió altanero con el mismo gesto. Los instrumentos se silenciaron de inmediato. Hubo un profundo silencio. Nadie se movió de donde estaban. Y, en medio del gran círculo, ampliamente iluminado por la tenue luz de la luna de abril, los dos hombres, perfilados uno frente al otro, se miraron desafiantes. Jerónimo era alto, ancho de espaldas, corpulento como un toro, cuello de Hércules, puño para romper un coco de un puñetazo: era fuerza tranquila, puño de plomo. El otro, frágil, una mano más corto que el portugués, piernas y brazos secos, agilidad de maracajá: era fuerza nerviosa; fue el éxtasis que lo destroza todo al comienzo del primer momento. Uno, sólido y resistente; el otro, veloz e intrépido, pero ambos valientes.
— Senta! Senta!
— Nada de rolo!
— Segue a dança, gritaram em volta.
Piedade erguera-se para arredar o seu homem dali.
O cavouqueiro afastou-a com um empurrão, sem tirar a vista de cima do
mulato.
— Deixa-me ver o que quer de mim este cabra!... rosnou ele.
— Dar-te um banho de fumaça, galego ordinário! respondeu Firmo, frente a
frente; agora avançando e recuando, sempre com um dos pés no ar, e
bamboleando todo o corpo e meneando os braços, como preparado para
agarrá-lo.
Jerônimo, esbravecido pelo insulto, cresceu para o adversário com um soco
armado; o cabra, porém, deixou-se cair de costas, rapidamente, firmando-se nas
mãos o corpo suspenso, a perna direita levantada; e o soco passou por cima,
varando o espaço, enquanto o português apanhava no ventre um pontapé
inesperado.
- ¡Siéntate! ¡Siéntate! — ¡Sin rodillo! "Sigue el baile", gritaban alrededor. Piedade se levantó para alejar a su hombre. El jinete la empujó, sin quitarle los ojos de encima al mulato. "¡Déjame ver lo que este bastardo quiere de mí!" gruñó. "¡Dándote un baño de humo, gallego común!" respondió Firmo, cara a cara; ahora avanzando y retrocediendo, siempre con un pie en el aire, y balanceando todo su cuerpo y agitando los brazos, como si estuviera listo para agarrarlo. Jerónimo, enfurecido por el insulto, se acercó a su oponente con un puñetazo armado; la cabra, sin embargo, se dejó caer rápidamente sobre su espalda, estabilizó su cuerpo suspendido con las manos, la pierna derecha levantada; y el puñetazo se fue por arriba, perforando el espacio, mientras el portugués atrapaba una inesperada patada en el vientre.
— Canalha! berrou possesso; e ia precipitar-se em cheio sobre o mulato,
quando uma cabeçada o atirou no chão.
— Levanta-se, que não dou em defuntos! exclamou o Firmo, de pé,
repetindo a sua dança de todo o corpo.
O outro erguera-se logo e, mal se tinha equilibrado, já uma rasteira o
tombava para a direita, enquanto da esquerda ele recebia uma tapona na orelha.
Furioso, desferiu novo soco, mas o capoeira deu para trás um salto de gato e o
português sentiu um pontapé nos queixos.
- ¡Sinvergüenza! gritó, poseído; y estaba a punto de lanzarse de cabeza contra el mulato cuando un cabezazo lo tiró al suelo. "¡Levántate, no me considero muerto!" exclamó Firmo poniéndose de pie, repitiendo su baile con todo su cuerpo. El otro se había levantado de inmediato y, apenas logró equilibrarse, una zancadilla lo derribó hacia la derecha, mientras que desde la izquierda recibió una bofetada en la oreja. Furioso, lanzó otro puñetazo, pero el capoeirista saltó hacia atrás como un gato y el portugués sintió una patada en la mandíbula.
Espirrou-lhe sangue da boca e das ventas. Então fez-se um clamor medonho.
As mulheres quiseram meter-se de permeio, porém o cabra as emborcava com
rasteiras rápidas, cujo movimento de pernas apenas se percebia. Um horrível
sarilho se formava. João Romão fechou às pressas as portas da venda e trancou o
portão da estalagem, correndo depois para o lugar da briga. O Bruno, os
mascates, os trabalhadores da pedreira, e todos os outros que tentaram segurar o
mulato, tinham rolado em torno dele, formando-se uma roda limpa, no meio da
qual o terrível capoeira, fora de si, doido, reinava, saltando a um tempo para
todos os lados, sem consentir que ninguém se aproximasse. O terror arrancava
gritos agudos. Estavam já todos assustados, menos a Rita que, a certa distancia,
via, de braços cruzados, aqueles dois homens a se baterem por causa dela; um
ligeiro sorriso encrespava-lhe os lábios. A lua escondera-se: mudara o tempo; o
céu, de limpo que estava, fizera-se cor de lousa; sentia-se um vento úmido de
chuva. Piedade berrava reclamando polícia; tinha levado um troca-queixos do
marido, porque insistia em tirá-lo da luta. As janelas do Miranda acumulavam-se
de gente. Ouviam-se apitos, soprados com desespero.
La sangre brotó de su boca y fosas nasales. Entonces se oyó un clamor aterrador. Las mujeres quisieron estorbar, pero la cabra las derribó con rápidos barridos, cuyas patas apenas se veían. Se estaba gestando un lío horrible. Joao Romão cerró apresuradamente las puertas de la tienda y cerró la puerta de la posada, luego corrió hacia el lugar de la pelea. Bruno, los vendedores ambulantes, los canteros y todos los demás que intentaban sujetar al mulato, habían rodado a su alrededor, formando un círculo limpio, en medio del cual reinaba la terrible capoeira, fuera de sí, loca, saltando todo. sobre el lugar al mismo tiempo, sin permitir que nadie se acerque. El terror provocó gritos estridentes. Todos ya estaban asustados, excepto Rita que, a cierta distancia, vio, de brazos cruzados, a esos dos hombres peleándose por ella; una leve sonrisa curvó sus labios. La luna se había escondido: había cambiado el tiempo; el cielo, claro como estaba, se había vuelto de color pizarra; había un viento húmedo de lluvia. Piedade gritó para quejarse de la policía; ella había recibido un intercambio de barbijos por parte de su esposo, porque él insistía en sacarlo de la pelea. Las ventanas del Miranda estaban atestadas de gente. Hubo silbatos, soplados con desesperación.
Nisto, ecoou na estalagem um bramido de fera enraivecida: Firmo acabava
de receber, sem esperar, uma formidável cacetada na cabeça. É que Jerônimo
havia corrido à casa e armara-se com o seu varapau minhoto. E então o mulato,
com o rosto banhado de sangue, refilando as presas e espumando de cólera,
erguera o braço direito, onde se viu cintilar a lamina de uma navalha.
Fez-se uma debandada em volta dos dois adversários, estrepitosa, cheia de
pavor. Mulheres e homens atropelavam-se, caindo uns por cima dos outros.
Albino perdera os sentidos; Piedade clamava, estarrecida e em soluços, que lhe
iam matar o homem; a das Dores soltava censuras e maldições contra aquela
estupidez de se destriparem por causa de entrepernas de mulher; a Machona,
armada com um ferro de engomar, jurava abrir as fuças a quem lhe desse um
segundo coice como acabava ela de receber um nas ancas; Augusta enfiara pela
porta do fundo da estalagem, para atravessar o capinzal e ir à rua ver se
descobria o marido, que talvez estivesse de serviço no quarteirão. Por esse lado
acudiam curiosos e o pátio enchia-se de gente de fora. Dona Isabel e Pombinha,
de volta da casa de Léonie, tiveram dificuldade em chegar ao número 15, onde,
mal entraram, fecharam-se por dentro, praguejando a velha contra a desordem e
lamentando-se da sorte que as lançou naquele inferno. Entanto, no meio de uma
nova roda, encintada pelo povo, o português e o brasileiro batiam-se.
Ante esto, la posada resonó con el rugido de una fiera enfurecida: Firmo acababa de recibir, sin esperarlo, un formidable golpe en la cabeza. Es que Jerônimo había corrido a la casa y se había armado con su bastón de Minho. Y entonces el mulato, con el rostro bañado en sangre, afilando los colmillos y echando espumarajos de rabia, levantó el brazo derecho, donde se vio brillar la hoja de una navaja. Hubo una carrera alrededor de los dos oponentes, ruidosa, llena de miedo. Mujeres y hombres se empujaban unos a otros, cayendo uno encima del otro. Albino había perdido el conocimiento; Piedade gritó, aterrada y entre sollozos, que el hombre la iba a matar; el de las Angustias profirió reproches y maldiciones contra esa estupidez de destriparse por la entrepierna de una mujer; la Machona, armada con una plancha, juró abrir las mejillas a cualquiera que le diera una segunda patada, como acababa de recibir una en sus caderas; Augusta se había colado por la puerta trasera de la posada, para cruzar la hierba y salir a la calle a ver si encontraba a su marido, que tal vez estuviera de guardia en el bloque. Por ese lado acudían los mirones y el patio se llenaba de gente de fuera. Doña Isabel y Pombinha, de regreso de la casa de Léonie, tuvieron dificultades para llegar al número 15, donde, apenas entraron, se encerraron, maldiciendo a la anciana por el desorden y lamentando la suerte que los había arrojado a ese lugar. infierno. Sin embargo, en medio de un nuevo círculo, alentados por la gente, los portugueses y los brasileños lucharon.
Agora a luta era regular: havia igualdade de partidos, porque o cavouqueiro
jogava o pau admiravelmente; jogava-o tão bem quanto o outro jogava a sua
capoeiragem. Embalde Firmo tentava alcançá-lo; Jerônimo, sopesando ao meio
a grossa vara na mão direita, girava-a com tal perícia e ligeireza em torno do
corpo, que parecia embastilhado por uma teia impenetrável e sibilante. Não se
lhe via a arma; só se ouvia um zunido do ar simultaneamente cortado em todas
as direções.
E, ao mesmo tempo que se defendia, atacava. O brasileiro tinha já recebido
pauladas na testa, no pescoço, nos ombros, nos braços, no peito, nos rins e nas
pernas. O sangue inundava-o inteiro; ele rugia e arfava, iroso e cansado,
investindo ora com os pés, ora com a cabeça, e livrando-se daqui, livrando-se
dali, aos pulos e às cambalhotas.
Ahora la lucha era regular: había igualdad de partidos, porque el cavouqueiro tocaba admirablemente el palo; lo tocó tan bien como el otro tocó su capoeiragem. Embalde Firmo trató de alcanzarlo; Jerónimo, balanceando el grueso palo en su mano derecha por la mitad, lo giró con tal habilidad y ligereza alrededor de su cuerpo que parecía atrapado por una red impenetrable y silbante. El arma no era visible; solo había un zumbido de aire cortado simultáneamente en todas las direcciones. Y al mismo tiempo que se defendía, atacaba. El brasileño ya había recibido golpes en la frente, el cuello, los hombros, los brazos, el pecho, los riñones y las piernas. La sangre lo inundó por todas partes; rugía y jadeaba, enojado y cansado, arremetiendo ahora con los pies, ahora con la cabeza, y alejándose de aquí, alejándose de allá, saltando y dando volteretas.
A vitória pendia para o lado do português. Os espectadores aclamavam-no
já com entusiasmo; mas, de súbito, o capoeira mergulhou, num relance, até as
canelas do adversário e surgiu-lhe rente dos pés, grupado nele, rasgando-lhe o
ventre com uma navalhada.
Jerônimo soltou um mugido e caiu de borco, segurando os intestinos.
— Matou! Matou! Matou! exclamaram todos com assombro.
Os apitos esfuziaram mais assanhados.
Firmo varou pelos fundos do cortiço e desapareceu no capinzal.
— Pega! Pega!
— Ai, o meu rico homem! ululou Piedade, atirando-se de joelhos sobre o
corpo ensangüentado do marido. Rita viera também de carreira lançar-se ao chão
junto dele, para lhe afagar as barbas e os cabelos.
— É preciso o doutor! suplicou aquela, olhando para os lados à procura de
uma alma caridosa que lhe valesse.
Mas nisto um estardalhaço de formidáveis pranchadas estrugiu no portão da
estalagem. O portão abalou com estrondo e gemeu.
La victoria colgó del lado de los portugueses. Los espectadores ya lo aplaudían con entusiasmo; pero, de repente, la capoeira se zambulló, en un relámpago, a las espinillas del oponente y apareció cerca de sus pies, aferrándose a él, desgarrándole el vientre con un cuchillo. Jerónimo dejó escapar un mugido y cayó de bruces, agarrándose los intestinos. — ¡Asesinado! ¡Delicado! ¡Delicado! todos exclamaron con asombro. Los silbatos sonaron más salvajemente. Firmo deambuló por la parte de atrás del inquilinato y desapareció entre la hierba. - ¡Manejar! ¡Manejar! "¡Ay, mi hombre rico!" —aulló Piedade, arrojándose de rodillas sobre el cuerpo ensangrentado de su marido. Rita también había venido corriendo para tirarse al suelo junto a él, para acariciarle la barba y el pelo. "¡Se necesita al médico!" suplicó aquella, mirando a su alrededor en busca de un alma caritativa que la ayudara. Pero en ese momento, un ruido formidable de tablones se estrelló contra la puerta de la posada. La puerta se sacudió con estruendo y gimió.
— Abre! Abre! reclamavam de fora.
João Romão atravessou o pátio, como um general em perigo, gritando a
todos:
— Não entra a polícia! Não deixa entrar! Agüenta! Agüenta!
— Não entra! Não entra! repercutiu a multidão em coro.
E todo o cortiço ferveu que nem uma panela ao fogo.
— Agüenta! Agüenta!
Jerônimo foi carregado para o quarto, a gemer, nos braços da mulher e da
mulata.
— Agüenta! Agüenta!
"¡Abierto!" ¡Abierto! se quejó desde afuera. Joao Romão cruzó el patio, como un general en peligro, gritando a todos: —¡La policía no debe entrar! ¡No dejes entrar! ¡Esperar! ¡Esperar! - ¡No entra! ¡No entra! repitió la multitud a coro. Y toda la vivienda hirvió como una olla al fuego. "¡Esperar!" ¡Esperar! Jerónimo fue llevado al dormitorio, gimiendo, en brazos de la mujer y la mulata. "¡Esperar!" esperar
De cada casulo espipavam homens armados de pau, achas de lenha, varais
de ferro. Um empenho coletivo os agitava agora, a todos, numa solidariedade
briosa, como se ficassem desonrados para sempre se a polícia entrasse ali pela
primeira vez. Enquanto se tratava de uma simples luta entre dois rivais, estava
direito! “Jogassem lá as cristas, que o mais homem ficaria com a mulher!” mas
agora tratava-se de defender a estalagem, a comuna, onde cada um tinha a zelar
por alguém ou alguma coisa querida.
— Não entra! Não entra!
E berros atroadores respondiam às pranchadas, que lá fora se repetiam
ferozes.
De cada capullo espiaban hombres armados con palos, troncos de leña, postes de hierro. Un compromiso colectivo los agitaba ahora, a todos ellos, en animosa solidaridad, como si fueran a ser deshonrados para siempre si la policía entraba allí por primera vez. Mientras fuera una simple pelea entre dos rivales, ¡era correcto! "¡Tira las crestas allí, el hombre que es más hombre tendría a la mujer!" pero ahora se trataba de defender la posada, la comuna, donde todos tenían que cuidar de alguien o de algo que amaban. - ¡No entra! ¡No entra! Y atronadores gritos respondieron a los tablones, que afuera se repetían con ferocidad.
A polícia era o grande terror daquela gente, porque, sempre que penetrava
em qualquer estalagem, havia grande estropício; à capa de evitar e punir o jogo e
a bebedeira, os urbanos invadiam os quartos, quebravam o que lá estava,
punham tudo em polvorosa. Era uma questão de ódio velho.
E, enquanto os homens guardavam a entrada do capinzal e sustentavam de
costas o portão da frente, as mulheres, em desordem, rolavam as tinas,
arrancavam jiraus, arrastavam carroças, restos de colchões e sacos de cal,
formando às pressas uma barricada.
La policía era el gran terror de aquella gente, porque siempre que entraban en cualquier fonda, hacía grandes estragos; Para evitar y castigar el juego y la embriaguez, los urbanitas invadían las habitaciones, rompían lo que había, alborotaban todo. Era una cuestión de viejos odios. Y, mientras los hombres vigilaban la entrada al pasto y sostenían de espaldas el portón de entrada, las mujeres, en desorden, hacían rodar las tinas, levantaban vigas, arrastraban carretas, restos de colchones y sacos de cal, formando apresuradamente una barricada.
As pranchadas multiplicavam-se. O portão rangia, estalava, começava a
abrir-se; ia ceder. Mas a barricada estava feita e todos entrincheirados atrás dela.
Os que entravam de fora por curiosidade não puderam sair e viam-se metidos no
surumbamba. As cercas das hortas voaram A Machona terrível fungara as saias
e empunhava na mão o seu ferro de engomar. A das Dores, que ninguém dava
nada por ela, era uma das mais duras e que parecia mais empenhada na defesa.
Afinal o portão lascou; um grande rombo abriu-se logo; caíram tábuas; e os
quatro primeiros urbanos que se precipitaram dentro foram recebidos a pedradas
e garrafas vazias. Seguiram-se outros. Havia uns vinte. Um saco de cal,
despejado sobre eles, desnorteou-os.
Las tablas se multiplicaron. La puerta crujió, crujió, empezó a abrirse; se rendiría. Pero la barricada estaba hecha y todos se atrincheraron detrás de ella. Los que entraron de afuera por curiosidad no pudieron salir y se encontraron atrapados en la surumbaba. Volaron las cercas del jardín, la terrible Machona le había olido las faldas y tenía la plancha en la mano. Das Dores, al que nadie hacía caso, era uno de los más duros y parecía más comprometido en defensa. Finalmente, la puerta se astilló; pronto se abrió un gran agujero; las tablas cayeron; y los primeros cuatro urbanitas que entraron corriendo se encontraron con piedras y botellas vacías. Otros siguieron. Había una veintena. Una bolsa de cal, vertida sobre ellos, los desconcertó.
Principiou então o salseiro grosso. Os sabres não podiam alcançar ninguém
por entre a trincheira; ao passo que os projetis, arremessados lá de dentro,
desbaratavam o inimigo. Já o sargento tinha a cabeça partida e duas praças
abandonavam o campo, à falta de ar.
Era impossível invadir aquele baluarte com tão poucos elementos, mas a
polícia teimava, não mais por obrigação que por necessidade pessoal de
desforço. Semelhante resistência os humilhava. Se tivessem espingardas fariam
fogo. O único deles que conseguiu trepar à barricada rolou de lá abaixo sob uma
carga de pau que teve de ser carregado para a rua pelos companheiros. O Bruno,
todo sujo de sangue, estava agora armado de um refle e o Porfiro, mestre na
capoeiragem, tinha na cabeça uma barretina de urbano.
Entonces empezó el grueso salseiro. Los sables no podían alcanzar a nadie al otro lado de la trinchera; mientras que los proyectiles, lanzados desde dentro, derrotaban al enemigo. La cabeza del sargento se rompió y dos soldados abandonaron el campo, jadeando por aire. Era imposible invadir esa fortaleza con tan pocos elementos, pero la policía persistió, no más por obligación que por una necesidad personal de esforzarse. Tal resistencia los humilló. Si tuvieran rifles dispararían. El único de ellos que logró trepar la barricada rodó bajo una carga de madera que tuvo que ser sacada a la calle por sus compañeros. Bruno, todo cubierto de sangre, ahora estaba armado con un rifle y Porfiro, un maestro de la capoeira, tenía un chaco urbano en la cabeza.
— Fora os morcegos!
— Fora! Fora!
E, a cada exclamação, tome pedra! tome lenha! tome cal! tome fundo de
garrafa!
Os apitos estridulavam mais e mais fortes.
Nessa ocasião, porém, Nenen gritou, correndo na direção da barricada.
— Acudam aqui! Acudam aqui! Há fogo no número 12. Está saindo
fumaça!
— Fogo!
"¡Murciélagos fuera!" - ¡Afuera! ¡Afuera! Y, con cada exclamación, ¡toma una piedra! toma leña! ¡toma lima! toma el fondo de la botella! Los silbatos sonaban cada vez más fuerte. En esta ocasión, sin embargo, Nenen gritó y corrió hacia la barricada. "¡Ven aquí!" ¡Ven aquí! Hay fuego en el número 12. ¡Está echando humo! - ¡Fuego!
A esse grito um pânico geral apoderou-se dos moradores do cortiço. Um
incêndio lamberia aquelas cem casinhas enquanto o diabo esfrega um olho!
Fez-se logo medonha confusão. Cada qual pensou em salvar o que era seu.
E os policiais, aproveitando o terror dos adversários, avançaram com ímpeto,
levando na frente o que encontravam e penetrando enfim no infernal reduto, a
dar espadeiradas para a direita e para a esquerda, como quem destroça uma
boiada. A multidão atropelava-se, desembestando num alarido. Uns fugiam à
prisão; outros cuidavam em defender a casa. Mas as praças, loucas de cólera,
metiam dentro as portas e iam invadindo e quebrando tudo, sequiosas de
vingança.
Nisto, roncou no espaço a trovoada. O vento do norte zuniu mais estridente e um
grande pé-d’água desabou cerrado.
A ese grito, un pánico general se apoderó de los vecinos del conventillo. ¡Un fuego lamería esas cien casitas mientras el diablo frota un ojo! Pronto hubo una terrible confusión. Cada uno pensaba en salvar lo que era suyo. Y los policías, aprovechándose del terror de sus adversarios, avanzaron con ímpetu, llevándose adelante lo que encontraron y penetrando por fin en el reducto infernal, acuchillando a diestra y siniestra, como destrozando un rebaño de ganado. La multitud se empujó entre sí, estallando en un rugido. Algunos escaparon de prisión; otros se ocuparon de defender la casa. Pero los soldados, locos de rabia, tiraron las puertas adentro y comenzaron a invadir y destruir todo, sedientos de venganza. En esto, el trueno retumbó en el espacio. El viento del norte aulló más estridentemente, y una gran cascada se desplomó.