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Mal os carapicus sentiram a aproximação dos rivais, um grito de alarma ecoou por toda a estalagem e o rolo dissolveu-se de improviso, sem que a desordem cessasse. Cada qual correu à casa, rapidamente, em busca do ferro, do pau e de tudo que servisse para resistir e para matar. Um só impulso os impelia a todos; já não havia ali brasileiros e portugueses, havia um só partido que ia ser atacado pelo partido contrário; os que se batiam ainda há pouco emprestavam armas uns aos outros, limpando com as costas das mãos o sangue das feridas. Agostinho, encostado ao lampião do meio do cortiço, cantava em altos berros uma coisa que lhe parecia responder à música bárbara que entoavam lá fora os inimigos; a mãe dera-lhe licença, a pedido dele, para pôr um cinto de Nenen, em que o pequeno enfiou a faca da cozinha.
Apenas los carapicus sintieron la aproximación de sus rivales, un grito de alarma resonó por toda la posada y el rollo se disolvió de repente, sin que cesara el desorden. Cada uno corrió rápidamente a la casa en busca de fierros, palos y todo lo que pudiera servir para resistir y matar. Un solo impulso los impulsó a todos; allí ya no había brasileños ni portugueses, sólo había un partido que iba a ser atacado por el contrario; los que acababan de pelear se prestaron armas unos a otros, limpiándose la sangre de las heridas con el dorso de las manos. Agostinho, apoyado contra el farol en medio del conventillo, cantaba con una voz fuerte que le parecía responder a la música bárbara que cantaban los enemigos afuera; la madre le había dado permiso, a pedido de él, para ponerse un cinturón Nenen, en el cual el pequeño clavó el cuchillo de cocina.

Um mulatinho franzino, que até ai não fora notado por ninguém no São Romão, postou-se defronte da entrada, de mãos limpas, à espera dos invasores; e todos tiveram confiança nele porque o ladrão, além de tudo, estava rindo.
Un frágil mulato, que hasta entonces no había sido advertido por nadie en São Romão, se apostaba frente a la entrada, con las manos limpias, esperando a los invasores; y todos tenían confianza en él porque el ladrón, además, se reía.

Os cabeças-de-gato assomaram afinal ao portão. Uns cem homens, em que se não via a arma que traziam. Porfiro vinha na frente, a dançar, de braços abertos, bamboleando o corpo e dando rasteiras para que ninguém lhe estorvasse a entrada. Trazia o chapéu à ré, com um laço de fita amarela flutuando na copa. — Agüenta! Agüenta! Faz frente! clamavam de dentro os carapicus. E os outros, cantando o seu hino de guerra, entraram e aproximaram-se lentamente, a dançar como selvagens.
Las cabezas de gato finalmente aparecieron en la puerta. Unos cien hombres, en los que no se veía el arma que portaban. Porfiro venía al frente, bailando, con los brazos extendidos, balanceando el cuerpo y haciendo tropezar para que nadie se interpusiera en su camino. Llevaba su sombrero a popa, con un lazo de cinta amarilla flotando en la copa. "¡Esperar!" ¡Esperar! ¡Frente! el carapicus gritó desde dentro. Y los demás, cantando su himno de guerra, entraron y se acercaron lentamente, danzando como salvajes.

As navalhas traziam-nas abertas e escondidas na palma da mão. Os carapicus enchiam a metade do cortiço. Um silêncio arquejado sucedia à estrepitosa vozeria do rolo que findara. Sentia-se o hausto impaciente da ferocidade que atirava aqueles dois bandos de capoeiras um contra o outro. E, no entanto, o sol, único causador de tudo aquilo, desaparecia de todo nos limbos do horizonte, indiferente, deixando atrás de si as melancolias do crepúsculo, que é a saudade da terra quando ele se ausenta, levando consigo a alegria da luz e do calor.
Las navajas se mantenían abiertas y escondidas en la palma de la mano. Carapicus llenó la mitad de la vivienda. Un silencio jadeante siguió a la voz ronca del rollo que había terminado. Uno podía sentir la impaciente ráfaga de ferocidad que lanzó a esos dos grupos de capoeiras uno contra el otro. Y sin embargo el sol, único causante de todo eso, desapareció por completo en los limbos del horizonte, indiferente, dejando tras de sí la melancolía del crepúsculo, que es la añoranza de la tierra cuando está ausente, llevándose consigo la alegría de la luz. y el calor.

Lá na janela do Barão, o Botelho, entusiasmado como sempre por tudo que lhe cheirava a guerra, soltava gritos de aplauso e dava brados de comando militar. E os cabeças-de-gato aproximavam-se cantando, a dançar, rastejando alguns de costas para o chão, firmados nos pulsos e nos calcanhares. Dez carapicus saíram em frente; dez cabeças-de-gato se alinharam defronte deles.
En la ventana del Barón, Botelho, excitado como siempre por todo lo que en él huele a guerra, lanzó gritos de aplausos y gritos de mando militar. Y las cabezas de gato se acercaron cantando, bailando, algunas arrastrándose de espaldas al suelo, firmes sobre sus muñecas y talones. Diez carapicus se adelantaron; diez cabezas de gato se alinearon frente a ellos.

E a batalha principiou, não mais desordenada e cega, porém com método, sob o comando de Porfiro que, sempre a cantar ou assoviar, saltava em todas as direções, sem nunca ser alcançado por ninguém. Desferiram-se navalhas contra navalhas, jogaram-se as cabeçadas e os voa-pés. Par a par, todos os capoeiras tinham pela frente um adversário de igual destreza que respondia a cada investida com um salto de gato ou uma queda repentina que anulava o golpe. De parte a parte esperavam que o cansaço desequilibrasse as forças, abrindo furo à vitória; mas um fato veio neutralizar inda uma vez a campanha: imenso rebentão de fogo esgargalhava-se de uma das casas do fundo, o número 88. E agora o incêndio era a valer.
Y comenzó la batalla, ya no desordenada y ciega, sino con método, a las órdenes de Porfiro que, siempre cantando o silbando, saltaba en todas direcciones, sin que nadie lo alcanzara jamás. Se tiraron cuchillo contra cuchillo, se lanzaron cabezazos y patadas voladoras. A la par, todas las capoeiras se enfrentaban a un oponente de igual destreza que respondía a cada ataque con un salto de gato o una caída brusca que anulaba el golpe. En ambos bandos esperaban que el cansancio desequilibrara las fuerzas, dejando un hueco para la victoria; pero un hecho vino a neutralizar la campaña una vez más: una gran ráfaga de fuego brotó de una de las casas de atrás, la número 88. Y ahora el fuego era serio.

Houve nas duas maltas um súbito espasmo de terror. Abaixaram-se os ferros e calou-se o hino de morte. Um clarão tremendo ensangüentou o ar, que se fechou logo de fumaça fulva. A Bruxa conseguira afinal realizar o seu sonho de louca: o cortiço ia arder; não haveria meio de reprimir aquele cruento devorar de labaredas. Os cabeças-de-gato, leais nas suas justas de partido, abandonaram o campo, sem voltar o rosto, desdenhosos de aceitar o auxilio de um sinistro e dispostos até a socorrer o inimigo, se assim fosse preciso. E nenhum dos carapicus os feriu pelas costas. A luta ficava para outra ocasião.
Hubo un repentino espasmo de terror en las dos manadas. Se bajaron los hierros y se silenció el himno de la muerte. Un tremendo relámpago ensangrentado el aire, que pronto se tapó con un humo rojizo. La Bruja por fin había logrado cumplir su loco sueño: el conventillo iba a arder; no habría manera de reprimir ese sangriento devorador de llamas. Los cabezas de gato, leales en sus justas partidarias, abandonaban el campo, sin volver la cara, desdeñosos de aceptar ayuda de un siniestro y dispuestos hasta a socorrer al enemigo, si fuera necesario. Y ninguno de los carapicus les hizo daño en la espalda. La pelea quedó para otra ocasión.

E a cena transformou-se num relance; os mesmos que barateavam tão facilmente a vida, apressavam-se agora a salvar os miseráveis bens que possuíam sobre a terra. Fechou-se um entra-e-sai de maribondos defronte daquelas cem casinhas ameaçadas pelo fogo. Homens e mulheres corriam de cá para lá com os tarecos ao ombro, numa balbúrdia de doidos. O pátio e a rua enchiam-se agora de camas velhas e colchões espocados. Ninguém se conhecia naquela zumba de gritos sem nexo, e choro de crianças esmagadas, e pragas arrancadas pela dor e pelo desespero. Da casa do Barão saiam clamores apopléticos; ouviam-se os guinchos de Zulmira que se espolinhava com um ataque. E começou a aparecer água. Quem a trouxe? Ninguém sabia dizê-lo; mas viam-se baldes e baldes que se despejavam sobre as chamas. Os sinos da vizinhança começaram a badalar.
Y la escena cambió en un instante; los mismos que tan fácilmente abarataban la vida, ahora se apresuraban a salvar los miserables bienes que poseían en la tierra. Un avispón entraba y salía frente a las cien casitas amenazadas por el fuego. Hombres y mujeres corrían de aquí para allá con sus cosas al hombro, en un frenesí de locos. El patio y la calle estaban ahora llenos de camas viejas y colchones agrietados. Nadie se conocía en ese murmullo de gritos sin sentido, y llantos de niños aplastados, y maldiciones arrancadas por el dolor y la desesperación. De la casa del barón llegaban gritos de apoplejía; Se escuchaban los chillidos de Zulmira mientras se regañaba a sí misma con un ataque. Y el agua comenzó a aparecer. ¿Quién lo trajo? Nadie sabía cómo decirlo; pero había baldes y baldes siendo vertidos sobre las llamas. Las campanas del barrio comenzaron a tañer.

E tudo era um clamor. A Bruxa surgiu à janela da sua casa, como à boca de uma fornalha acesa. Estava horrível; nunca fora tão bruxa. O seu moreno trigueiro, de cabocla velha, reluzia que nem metal em brasa; a sua crina preta, desgrenhada, escorrida e abundante como as das éguas selvagens, dava-lhe um caráter fantástico de fúria saída do inferno. E ela ria-se, ébria de satisfação, sem sentir as queimaduras e as feridas, vitoriosa no meio daquela orgia de fogo, com que ultimamente vivia a sonhar em segredo a sua alma extravagante de maluca. Ia atirar-se cá para fora, quando se ouviu estalar o madeiramento da casa incendiada, que abateu rapidamente, sepultando a louca num montão de brasas. Os sinos continuavam a badalar aflitos.
Y todo fue un clamor. La Bruja apareció en la ventana de su casa, como en la boca de un horno ardiendo. Fue horrible; Nunca he sido tan bruja. Su aspecto atezado y anticuado brillaba como metal al rojo vivo; su negra melena, despeinada, suelta y abundante como la de las yeguas salvajes, le confería un carácter fantástico de furia sacada del infierno. Y reía, ebria de satisfacción, sin sentir las quemaduras ni las heridas, victoriosa en medio de aquella orgía de fuego, con la que últimamente su extravagante alma enloquecida soñaba en secreto. Estaba a punto de tirarse cuando se escuchó crujir la madera de la casa en llamas, que rápidamente se derrumbó, sepultando a la loca en un montón de brasas. Las campanas continuaron sonando ansiosamente.

Surgiam aguadeiros com as suas pipas em carroça, alvoroçados, fazendo cada qual maior empenho em chegar antes dos outros e apanhar os dez mil-réis da gratificação. A polícia defendia a passagem ao povo que queria entrar. A rua lá fora estava já atravancada com o despojo de quase toda a estalagem. E as labaredas iam galopando desembestadas para a direita e para a esquerda do número 88. Um papagaio, esquecido à parede de uma das casinhas e preso à gaiola, gritava furioso, como se pedisse socorro. Dentro de meia hora o cortiço tinha de ficar em cinzas. Mas um fragor de repiques de campainhas e estridente silvar de válvulas encheu de súbito todo o quarteirão, anunciando que chegava o corpo dos bombeiros.
Aparecieron unos aguadores con sus cometas en un carromato, trajinando, cada uno esforzándose más por llegar antes que los demás y cobrar los diez milreis de bonificación. La policía defendió el paso a las personas que querían entrar. La calle exterior ya estaba obstruida con los restos de la mayor parte de la posada. Y las llamas galopaban salvajemente a derecha e izquierda del número 88. Un loro, olvidado en la pared de una de las casitas y atado a la jaula, chillaba con furia, como pidiendo ayuda. En media hora, el barrio pobre tenía que ser cenizas. Pero un estruendo de campanas y el silbido estridente de las válvulas llenaron de repente toda la manzana, anunciando la llegada de los bomberos.

E logo em seguida apontaram carros à desfilada, e um bando de demônios de blusa clara, armados uns de archotes e outros de escadilhas de ferro, apoderaram-se do sinistro, dominando-o incontinenti, como uma expedição mágica, sem uma palavra, sem hesitações e sem atropelos.
E inmediatamente después, los carros apuntaron hacia el desfile, y un grupo de demonios con blusas de colores claros, algunos armados con antorchas y otros con escaleras de hierro, tomaron el control del accidente, dominándolo instantáneamente, como una expedición mágica, sin decir una palabra, sin una palabra vacilación y sin vacilación.

A um só tempo viram-se fartas mangas d’água chicoteando o fogo por todos os lados; enquanto, sem se saber como, homens, mais ágeis que macacos, escalavam os telhados abrasados por escadas que mal se distinguiam; e outros invadiam o coração vermelho do incêndio, a dardejar duchas em torno de si, rodando, saltando, piruetando, até estrangularem as chamas que se atiravam ferozes para cima deles, como dentro de um inferno; ao passo que outros, cá de fora, imperturbáveis, com uma limpeza de máquina moderna, fuzilavam de água toda a estalagem, número por número, resolvidos a não deixar uma só telha enxuta.
Al mismo tiempo, abundantes chorros de agua azotaban el fuego por todos lados; mientras, sin saber cómo, hombres, más ágiles que monos, trepaban por los techos chamuscados por escalas que apenas se distinguían; y otros invadieron el corazón rojo del fuego, lanzando lluvias a su alrededor, girando, saltando, haciendo piruetas, hasta ahogar las llamas que se arrojaban con fiereza sobre ellos, como dentro de un infierno; mientras otros, afuera, imperturbables, con la limpieza de una máquina moderna, rociaban de agua, número por número, toda la posada, decididos a no dejar seca una sola teja.

O povo aplaudia-os entusiasmado, já esquecido do desastre e só atenção para aquele duelo contra o incêndio. Quando um bombeiro, de cima do telhado, conseguiu sufocar uma ninhada de labaredas, que surgia defronte dele, rebentou cá debaixo uma roda de palmas, e o herói voltou-se para a multidão, sorrindo e agradecendo. Algumas mulheres atiravam-lhe beijos, entre brados de ovação.
El pueblo los aplaudió con entusiasmo, olvidándose ya del desastre y sólo prestando atención a aquel duelo contra el fuego. Cuando un bombero, desde lo alto del techo, logró sofocar una camada de llamas, que apareció frente a él, un círculo de palmeras estalló debajo, y el héroe se volvió hacia la multitud, sonriendo y dando gracias. Algunas mujeres le lanzaron besos, en medio de aplausos.




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