Eram cinco horas da manhã e o cortiço acordava, abrindo, não os olhos, mas
a sua infinidade de portas e janelas alinhadas.
Um acordar alegre e farto de quem dormiu de uma assentada sete horas de
chumbo. Como que se sentiam ainda na indolência de neblina as derradeiras
notas da ultima guitarra da noite antecedente, dissolvendo-se à luz loura e tenra
da aurora, que nem um suspiro de saudade perdido em terra alheia.
A roupa lavada, que ficara de véspera nos coradouros, umedecia o ar e
punha-lhe um farto acre de sabão ordinário. As pedras do chão, esbranquiçadas
no lugar da lavagem e em alguns pontos azuladas pelo anil, mostravam uma
palidez grisalha e triste, feita de acumulações de espumas secas.
Eran las cinco de la mañana y el conventillo despertaba, no abría sus ojos, sino su infinidad de puertas y ventanas alineadas. Un despertar feliz y pleno de quien durmió siete horas de plomo de una sentada. Como si las últimas notas de la última guitarra de la noche anterior aún se sintieran en la vaga indolencia, disolviéndose en la luz rubia y tierna del alba, como un suspiro de añoranza perdida en tierra ajena. La ropa lavada, que se había dejado toda la noche al aire libre, humedecía el aire y añadía una generosa hectárea de jabón ordinario. Las piedras del piso, blanquecinas en el lugar de lavado y en algunos puntos azuladas por el añil, mostraban una palidez gris y triste, hecha de acumulaciones de espuma seca.
Entretanto, das portas surgiam cabeças congestionadas de sono; ouviam-se
amplos bocejos, fortes como o marulhar das ondas; pigarreava-se grosso por
toda a parte; começavam as xícaras a tilintar; o cheiro quente do café aquecia,
suplantando todos os outros; trocavam-se de janela para janela as primeiras
palavras, os bons-dias; reatavam-se conversas interrompidas à noite; a
pequenada cá fora traquinava já, e lá dentro das casas vinham choros abafados
de crianças que ainda não andam. No confuso rumor que se formava,
destacavam-se risos, sons de vozes que altercavam, sem se saber onde, grasnar
de marrecos, cantar de galos, cacarejar de galinhas. De alguns quartos saiam
mulheres que vinham pendurar cá fora, na parede, a gaiola do papagaio, e os
louros, à semelhança dos donos, cumprimentavam-se ruidosamente,
espanejando-se à luz nova do dia.
Mientras tanto, de las puertas salían cabezas congestionadas de sueño; se escuchaban amplios bostezos, tan fuertes como el chapoteo de las olas; la gente se aclaraba la garganta espesamente por todas partes; las tazas empezaron a tintinear; el cálido olor del café se estaba calentando, superando a todos los demás; las primeras palabras, buenos días, se intercambiaron de ventana en ventana; se reanudaron las conversaciones interrumpidas por la noche; los pequeños afuera ya hacían travesuras, y adentro de las casas llegaban los llantos ahogados de los niños que aún no pueden caminar. En el confuso rumor que se formaba, sobresalían las risas, los sonidos de voces que alternaban, sin saber dónde, el croar de los patos, el cacareo de los gallos, el cacareo de las gallinas. De algunos cuartos salían mujeres a colgar en la pared la jaula del loro, y los loros, como sus dueños, se saludaban ruidosamente, desempolvándose con la nueva luz del día.
Daí a pouco, em volta das bicas era um zunzum crescente; uma aglomeração
tumultuosa de machos e fêmeas. Uns, após outros, lavavam a cara,
incomodamente, debaixo do fio de água que escorria da altura de uns cinco
palmos. O chão inundava-se. As mulheres precisavam já prender as saias entre
as coxas para não as molhar; via-se-lhes a tostada nudez dos braços e do
pescoço, que elas despiam, suspendendo o cabelo todo para o alto do casco; os
homens, esses não se preocupavam em não molhar o pêlo, ao contrário metiam a
cabeça bem debaixo da água e esfregavam com força as ventas e as barbas,
fossando e fungando contra as palmas da mão. As portas das latrinas não
descansavam, era um abrir e fechar de cada instante, um entrar e sair sem
tréguas. Não se demoravam lá dentro e vinham ainda amarrando as calças ou as
saias; as crianças não se davam ao trabalho de lá ir, despachavam-se ali mesmo,
no capinzal dos fundos, por detrás da estalagem ou no recanto das hortas.
O rumor crescia, condensando-se; o zunzum de todos os dias acentuava-se;
já se não destacavam vozes dispersas, mas um só ruído compacto que enchia
todo o cortiço. Começavam a fazer compras na venda; ensarilhavam-se
discussões e resingas; ouviam-se gargalhadas e pragas; já se não falava,
gritava-se. Sentia-se naquela fermentação sangüínea, naquela gula viçosa de
plantas rasteiras que mergulham os pés vigorosos na lama preta e nutriente da
vida, o prazer animal de existir, a triunfante satisfação de respirar sobre a terra.
Da porta da venda que dava para o cortiço iam e vinham como formigas;
fazendo compras.
Después de un rato, alrededor de los caños hubo un zumbido creciente; una tumultuosa aglomeración de machos y hembras. Uno tras otro se lavaron la cara, incómodos, bajo el hilo de agua que corría desde una altura de unos cinco palmos. El suelo estaba inundado. Las mujeres ya necesitaban meter las faldas entre los muslos para no mojarlas; se veía la desnudez tostada de sus brazos y cuello, que desvistieron, colgando el cabello por toda la parte superior de la pezuña; los hombres, no se preocupaban por no mojarse el pelaje, al contrario metían la cabeza bajo el agua y se frotaban los vientos y la barba con fuerza, picándose y oliendo contra las palmas de las manos. Las puertas de las letrinas nunca descansaban, se abrían y cerraban a cada momento, entraban y salían sin tregua. No se quedaron adentro y todavía estaban atando sus pantalones o faldas; los niños no se molestaban en ir allí, se tomaban su tiempo allí mismo, en la hierba del fondo, detrás de la posada o en el rincón de las huertas. El ruido creció, condensándose; el murmullo de todos los días se intensificó; Ya no había voces dispersas, sino un solo ruido compacto que llenaba todo el inquilinato. Empezaron a comprar en la venta; se produjeron discusiones y peleas; hubo risas y maldiciones; ya no hablaban, gritaban. Se sentía en esa fermentación sangrienta, en esa glotonería exuberante de las plantas bajas que hunden sus pies vigorosos en el fango negro y nutritivo de la vida, el placer animal de existir, la satisfacción triunfante de respirar sobre la tierra. Por la puerta de la tienda que daba a la vivienda iban y venían como hormigas; haciendo compras.
Duas janelas do Miranda abriram-se. Apareceu numa a Isaura, que se
dispunha a começar a limpeza da casa.
— Nhá Dunga! gritou ela para baixo, a sacudir um pano de mesa; se você
tem cuscuz de milho hoje, bata na porta, ouviu?
A Leonor surgiu logo também, enfiando curiosa a carapinha por entre o
pescoço e o ombro da mulata.
O padeiro entrou na estalagem, com a sua grande cesta à cabeça e o seu
banco de pau fechado debaixo do braço, e foi estacionar em meio do pátio, à
espera dos fregueses, pousando a canastra sobre o cavalete que ele armou
prontamente. Em breve estava cercado por uma nuvem de gente. As crianças
adulavam-no, e, à proporção que cada mulher ou cada homem recebia o pão,
disparava para casa com este abraçado contra o peito. Uma vaca, seguida por um
bezerro amordaçado, ia, tilintando tristemente o seu chocalho, de porta em porta,
guiada por um homem carregado de vasilhame de folha.
Se abrieron dos de las ventanas del Miranda. En uno apareció Isaura, que estaba lista para empezar a limpiar la casa. — ¡Nha Dunga! gritó, sacudiendo un mantel; si hoy tienes cuscús de maíz, llama a la puerta, ¿oíste? Pronto apareció también Leonor, metiendo con curiosidad su cabellera rizada entre el cuello y el hombro de la mulata. El panadero entró en la venta, con su gran cesto a la cabeza y su banco de madera cerrado bajo el brazo, y fue a aparcar en medio del patio, esperando a los clientes, colocando su cesto sobre el caballete que prontamente montó. Pronto estuvo rodeado por una nube de personas. Los niños lo adulaban, y cuando cada mujer u hombre recibía el pan, él corría a casa con él abrazado a su pecho. Una vaca, seguida de un ternero con bozal, iba de puerta en puerta haciendo sonar tristemente su cencerro, guiada por un hombre que llevaba un recipiente con hojas.
O zunzum chegava ao seu apogeu. A fábrica de massas italianas, ali mesmo
da vizinhança, começou a trabalhar, engrossando o barulho com o seu arfar
monótono de máquina a vapor. As corridas até à venda reproduziam-se,
transformando-se num verminar constante de formigueiro assanhado. Agora, no
lugar das bicas apinhavam-se latas de todos os feitios, sobressaindo as de
querosene com um braço de madeira em cima; sentia-se o trapejar da água
caindo na folha. Algumas lavadeiras enchiam já as suas tinas; outras estendiam
nos coradouros a roupa que ficara de molho. Principiava o trabalho. Rompiam
das gargantas os fados portugueses e as modinhas brasileiras. Um carroção de
lixo entrou com grande barulho de rodas na pedra, seguido de uma algazarra
medonha algaraviada pelo carroceiro contra o burro.
El zumbido llegó a su punto máximo. La fábrica de pasta italiana, justo al lado, se puso a trabajar, sumándose al ruido con el monótono jadeo de una máquina de vapor. Las carreras a la venta se reproducían, transformándose en una constante alimaña de hormigueros alborotados. Ahora, en el lugar de los surtidores, se amontonaban latas de todas las formas, especialmente latas de queroseno con un brazo de madera encima; se podía sentir el murmullo del agua cayendo sobre la hoja. Algunas lavanderas ya estaban llenando sus tinas; otros extendieron ropa empapada en los espacios abiertos. Comenzó el trabajo. Los fados portugueses y las modinhas brasileñas estallaron en sus gargantas. Un carro de basura entró rodando con un gran ruido de ruedas sobre la piedra, seguido de un espantoso chirrido del carro contra el burro.
E, durante muito tempo, fez-se um vaivém de mercadores. Apareceram os
tabuleiros de carne fresca e outros de tripas e fatos de boi; só não vinham
hortaliças, porque havia muitas hortas no cortiço. Vieram os ruidosos mascates,
com as suas latas de quinquilharia, com as suas caixas de candeeiros e objetos
de vidro e com o seu fornecimento de caçarolas e chocolateiras, de
folha-de-flandres. Cada vendedor tinha o seu modo especial de apregoar,
destacando-se o homem das sardinhas, com as cestas do peixe dependuradas, à
moda de balança, de um pau que ele trazia ao ombro. Nada mais foi preciso do
que o seu primeiro guincho estridente e gutural para surgirem logo, como por
encanto, uma enorme variedade de gatos, que vieram correndo acercar-se dele
com grande familiaridade, roçando-se-lhe nas pernas arregaçadas e miando
suplicantemente. O sardinheiro os afastava com o pé, enquanto vendia o seu
peixe à porta das casinhas, mas os bichanos não desistiam e continuavam a
implorar, arranhando os cestos que o homem cuidadosamente tapava mal servia
ao freguês. Para ver-se livre por um instante dos importunos era necessário atirar
para bem longe um punhado de sardinhas, sobre o qual se precipitava logo, aos
pulos, o grupo dos pedinchões.
Y durante mucho tiempo hubo un ir y venir de comerciantes. Aparecieron bandejas de carne fresca y otras de callos y carnes de buey; lo único que no venía eran verduras, porque había muchas huertas en el conventillo. Llegaron los buhoneros ruidosos, con sus latas de baratijas, con sus cajas de lámparas y cristalerías, y su provisión de cacerolas y chocolateros. Cada vendedor tenía su manera particular de predicar, destacándose el sardinero, con las canastas de pescado colgando, como una escama, de un palo que cargaba al hombro. No hizo falta más que su primer chillido estridente y gutural para que apareciera, como por arte de magia, una enorme variedad de gatos, que venían corriendo hacia él con gran familiaridad, frotándose contra sus patas vueltas hacia arriba y maullando implorantes. El pez sardina los empujó con el pie, mientras vendía su pescado en la puerta de las casitas, pero los gatos no se dieron por vencidos y siguieron mendigando, arañando las canastas que el hombre tapaba con cuidado apenas atendía al cliente. . Para deshacerse de los alborotadores por un instante, fue necesario arrojar un puñado de sardinas a lo lejos, sobre el cual saltó de inmediato el grupo de mendigos.
A primeira que se pôs a lavar foi a Leandra, por alcunha a “Machona”,
portuguesa feroz, berradora, pulsos cabeludos e grossos, anca de animal do
campo. Tinha duas filhas, uma casada e separada do marido, Ana das Dores, a
quem só chamavam a “das Dores” e outra donzela ainda, a Nenen, e mais um
filho, o Agostinho, menino levado dos diabos, que gritava tanto ou melhor que a
mãe. A das Dores morava em sua casinha à parte, mas toda a família habitava no
cortiço.
La primera en empezar a lavar fue Leandra, apodada “Machona”, una portuguesa feroz, chillona, peluda y de muñecas gruesas, trasero como un animal salvaje. Tenía dos hijas, una casada y separada de su marido, Ana das Dores, a quien sólo llamaban “das Dores” y otra doncella, Nenen, y un hijo más, Agostinho, un niño travieso, que gritaba tanto o mejor que La madre. Das Dores vivía en su propia casita, pero toda la familia vivía en el inquilinato.
Ninguém ali sabia ao certo se a Machona era viúva ou desquitada; os filhos
não se pareciam uns com os outros. A das Dores, sim, afirmavam que fora
casada e que largara o marido para meter-se com um homem do comércio; e que
este, retirando-se para a terra e não querendo soltá-la ao desamparo, deixara o
sócio em seu lugar. Teria vinte e cinco anos.
Nenen dezessete. Espigada, franzina e forte, com uma proazinha de orgulho
da sua virgindade, escapando como enguia por entre os dedos dos rapazes que a
queriam sem ser para casar. Engomava bem e sabia fazer roupa branca de
homem com muita perfeição.
Ao lado da Leandra foi colocar-se à sua tina a Augusta Carne-Mole,
brasileira, branca, mulher de Alexandre, um mulato de quarenta anos, soldado
de policia, pernóstico, de grande bigode preto, queixo sempre escanhoado e um
luxo de calças brancas engomadas e botões limpos na farda, quando estava de
serviço. Também tinham filhos, mas ainda pequenos, um dos quais, a Juju, vivia
na cidade com a madrinha que se encarregava dela. Esta madrinha era uma
cocote de trinta mil-réis para cima, a Léonie, com sobrado na cidade.
Procedência francesa.
Allí nadie sabía a ciencia cierta si la Machona era viuda o divorciada; los niños no se parecían entre sí. Das Dores, sí, aseguraban que había estado casada y que había dejado a su marido para meterse con un comerciante; y que éste, retirándose a la tierra y no queriendo soltarla al abandono, había dejado en su lugar a su socio. Tendría veinticinco años. Bebé diecisiete. Espigada, delgada y fuerte, con una pequeña proa de orgullo por su virginidad, deslizándose como una anguila entre los dedos de los chicos que la querían en otra cosa que no fuera casarse con ella. Planchaba bien y sabía hacer ropa blanca de hombre con gran perfección. Junto a Leandra, Augusta Carne-Mole, brasileña, blanca, mujer de Alexandre, mulato de cuarenta años, soldado policía, piernas largas, con un gran bigote negro, barbilla bien afeitada y un pantalón de lujo, se puso de pie. al lado de Leandra, ropa blanca almidonada y botones limpios en su uniforme cuando estaba de servicio. También tuvieron hijos, pero aún pequeños, uno de los cuales, Juju, vivía en la ciudad con su madrina que la cuidaba. Esta madrina era una doncella de treinta milreis para arriba, Léonie, con una casa en la ciudad. origen francés.
Alexandre, em casa, à hora de descanso, nos seus chinelos e na sua camisa
desabotoada, era muito chão com os companheiros de estalagem, conversava, ria
e brincava, mas envergando o uniforme, encerando o bigode e empunhando a
sua chibata, com que tinha o costume de fustigar as calças de brim, ninguém
mais lhe via os dentes e então a todos falava teso e por cima do ombro. A
mulher, a quem ele só dava tu quando não estava fardado, era de uma
honestidade proverbial no cortiço, honestidade sem mérito, porque vinha da
indolência do seu temperamento e não do arbítrio do seu caráter.
Junto dela pôs-se a trabalhar a Leocádia, mulher de um ferreiro chamado
Bruno, portuguesa pequena e socada, de carnes duras, com uma fama terrível de
leviana entre as suas vizinhas.
Alexandre, en casa, a la hora del descanso, en pantuflas y con la camisa desabrochada, muy sensato con sus compañeros de posada, hablando, riendo y bromeando, pero vestido con el uniforme, depilándose el bigote y empuñando el látigo, con el que tenía la costumbre de azotar sus jeans, ya nadie podía ver sus dientes y luego les hablaba a todos rígidos y por encima del hombro. La mujer, a quien sólo daba tu cuando no vestía uniforme, era de una honestidad proverbial en el conventillo, honestidad sin mérito, porque venía de la indolencia de su temperamento y no de la arbitrariedad de su carácter. Junto a ella se puso a trabajar Leocádia, la mujer de un herrero llamado Bruno, una portuguesa bajita, fornida y de carnes duras, con pésima fama de frívola entre sus vecinos.
Seguia-se a Paula, uma cabocla velha, meio idiota, a quem respeitavam
todos pelas virtudes de que só ela dispunha para benzer erisipelas e cortar febres
por meio de rezas e feitiçarias. Era extremamente feia, grossa, triste, com olhos
desvairados, dentes cortados à navalha, formando ponta, como dentes de cão,
cabelos lisos, escorridos e ainda retintos apesar da idade. Chamavam-lhe
“Bruxa”.
Le seguía Paula, una vieja cabocla, un poco tonta, a quien todos respetaban por las virtudes que sólo ella tenía para bendecir las erisipelas y cortar las fiebres con rezos y brujerías. Era sumamente fea, gorda, triste, de ojos desorbitados, dientes cortados a navaja, formando una punta, como los dientes de un perro, pelo lacio, lacio y todavía negro a pesar de su edad. La llamaban "Bruja".
Depois seguiam-se a Marciana e mais a sua filha Florinda. A primeira,
mulata antiga, muito seria e asseada em exagero: a sua casa estava sempre
úmida das consecutivas lavagens. Em lhe apanhando o mau humor punha-se
logo a espanar, a varrer febrilmente, e, quando a raiva era grande, corria a buscar
um balde de água e descarregava-o com fúria pelo chão da sala. A filha tinha
quinze anos, a pele de um moreno quente, beiços sensuais, bonitos dentes, olhos
luxuriosos de macaca. Toda ela estava a pedir homem, mas sustentava ainda a
sua virgindade e não cedia, nem à mão de Deus Padre, aos rogos de João
Romão, que a desejava apanhar a troco de pequenas concessões na medida e no
peso das compras que Florinda fazia diariamente à venda.
Luego le siguieron Marciana y su hija Florinda. La primera, una vieja mulata, muy seria y extremadamente limpia: su casa estaba siempre húmeda de los sucesivos lavados. Cuando se ponía de mal humor, inmediatamente se ponía a desempolvar, a barrer febrilmente, y cuando su ira era grande, corría a buscar un balde de agua y lo tiraba con furia por el piso de la sala. La hija tenía quince años, piel morena cálida, labios sensuales, dientes bonitos, ojos de mono lujuriosos. Toda ella pedía un hombre, pero aún conservaba su virginidad y no cedía, ni siquiera a la mano de Dios Padre, a las súplicas de João Romão, que quería atraparla a cambio de pequeñas concesiones en la medida y peso de las compras que diariamente hacía Florinda para la venta.
Depois via-se a velha Isabel, isto é, Dona Isabel, porque ali na estalagem
lhes dispensavam todos certa consideração, privilegiada pelas suas maneiras
graves de pessoa que já teve tratamento: uma pobre mulher comida de
desgostos. Fora casada com o dono de uma casa de chapéus, que quebrou e
suicidou-se, deixando-lhe uma filha muito doentinha e fraca, a quem Isabel
sacrificou tudo para educar, dando-lhe mestre até de francês. Tinha uma cara
macilenta de velha portuguesa devota, que já foi gorda, bochechas moles de
pelancas rechupadas, que lhe pendiam dos cantos da boca como saquinhos
vazios; fios negros no queixo, olhos castanhos, sempre chorosos engolidos pelas
pálpebras. Puxava em bandos sobre as fontes o escasso cabelo grisalho untado
de óleo de amêndoas doces. Quando saia à rua punha um eterno vestido de seda
preta, achamalotada, cuja saia não fazia rugas, e um xale encarnado que lhe dava
a todo o corpo um feitio piramidal. Da sua passada grandeza só lhe ficara uma
caixa de rapé de ouro, na qual a inconsolável senhora pitadeava agora,
suspirando a cada pitada.
Luego le siguieron Marciana y su hija Florinda. La primera, una vieja mulata, muy seria y extremadamente limpia: su casa estaba siempre húmeda de los sucesivos lavados. Cuando se ponía de mal humor, inmediatamente se ponía a desempolvar, a barrer febrilmente, y cuando su ira era grande, corría a buscar un balde de agua y lo tiraba con furia por el piso de la sala. La hija tenía quince años, piel morena cálida, labios sensuales, dientes bonitos, ojos de mono lujuriosos. Toda ella pedía un hombre, pero aún conservaba su virginidad y no cedía, ni siquiera a la mano de Dios Padre, a las súplicas de João Romão, que quería atraparla a cambio de pequeñas concesiones en la medida y peso de las compras que diariamente hacía Florinda para la venta.
A filha era a flor do cortiço. Chamavam-lhe Pombinha. Bonita, posto que
enfermiça e nervosa ao último ponto; loura, muito pálida, com uns modos de
menina de boa família. A mãe não lhe permitia lavar, nem engomar, mesmo
porque o médico a proibira expressamente.
La hija era la flor del conventillo. La llamaban Pombinha. Hermoso, aunque enfermizo y nervioso hasta el último punto; rubia, muy pálida, con modales de muchacha de buena familia. Su madre no le permitía lavar ni planchar, a pesar de que el médico se lo había prohibido expresamente.
Tinha o seu noivo, o João da Costa, moço do comércio, estimado do patrão
e dos colegas, com muito futuro, e que a adorava e conhecia desde pequenita;
mas Dona Isabel não queria que o casamento se fizesse já. É que Pombinha,
orçando aliás pelos dezoito anos, não tinha ainda pago à natureza o cruento
tributo da puberdade, apesar do zelo da velha e dos sacrifícios que esta fazia
para cumprir à risca as prescrições do médico e não faltar à filha o menor
desvelo. No entanto, coitadas! daquele casamento dependia a felicidade de
ambas, porque o Costa, bem empregado como se achava em casa de um tio seu,
de quem mais tarde havia de ser sócio, tencionava, logo que mudasse de estado,
restituí-las ao seu primitivo circulo social. A pobre velha desesperava-se com o
fato e pedia a Deus, todas as noites, antes de dormir, que as protegesse e
conferisse à filha uma graça tão simples que ele fazia, sem distinção de
merecimento, a quantas raparigas havia pelo mundo; mas, a despeito de tamanho
empenho, por coisa nenhuma desta vida consentiria que a sua pequena casasse
antes de “ser mulher”, como dizia ela. E “que deixassem lá falar o doutor,
entendia que não era decente, nem tinha jeito, dar homem a uma moça que ainda
não fora visitada pelas regras! Não! Antes vê-la solteira toda a vida e ficarem
ambas curtindo para sempre aquele inferno da estalagem!”
Lá no cortiço estavam todos a par desta história; não era segredo para
ninguém. E não se passava um dia que não interrogassem duas e três vezes a
velha com estas frases:
Tenía a su prometido, João da Costa, un comerciante, querido por su jefe y compañeros, con un gran futuro, que la había querido y conocido desde que era una niña; pero doña Isabel no quiso que el casamiento se hiciera enseguida. Es que Pombinha, estimada en dieciocho años, aún no había pagado a la naturaleza el sangriento tributo de la pubertad, a pesar del celo de la anciana y de los sacrificios que hacía para cumplir estrictamente las prescripciones del médico y no faltarle el más mínimo cuidado a su hija. Sin embargo, ¡pobrecitos! de ese matrimonio dependía su felicidad, porque Costa, bien empleado como estaba en casa de su tío, con quien más tarde se convertiría en pareja, pretendía, en cuanto cambiara de estado, restituirlos a su círculo social original. La pobre anciana se desesperó por el hecho y pidió a Dios, todas las noches, antes de irse a dormir, que los protegiera y le concediera a su hija una gracia tan sencilla que concedió, sin distinción de méritos, a tantas niñas como había en el mundo. ; pero, a pesar de tal compromiso, por nada en esta vida permitiría que su hijita se casara antes de “convertirse en mujer”, como ella dijo. Y “¡que hable allí el médico, entendió que no era decente, ni había manera, dar un hombre a una muchacha que aún no había sido visitada por las reglas! ¡No! ¡Más bien verla soltera toda su vida y ambos disfrutando ese infierno de la posada para siempre!” De vuelta en la vivienda, todos estaban al tanto de esta historia; no era ningún secreto. Y no pasaba un día que no interrogaran a la vieja dos o tres veces con estas frases:
— Então? Já veio?
— Por que não tenta os banhos de mar?
— Por que não chama outro médico?
— Eu, se fosse a senhora, casava-os assim mesmo!
A velha respondia dizendo que a felicidade não se fizera para ela. E
suspirava resignada.
Quando o Costa aparecia depois da sua obrigação para visitar a noiva, os
moradores da estalagem cumprimentavam-no em silêncio com um respeitoso ar
de lástima e piedade, empenhados tacitamente por aquele caiporismo, contra o
qual não valiam nem mesmo as virtudes da Bruxa.
Pombinha era muito querida por toda aquela gente. Era quem lhe escrevia as
cartas; quem em geral fazia o rol para as lavadeiras; quem tirava as contas; quem
lia o jornal para os que quisessem ouvir. Prezavam-na com muito respeito e
davam-lhe presentes, o que lhe permitia certo luxo relativo. Andava sempre de
botinhas ou sapatinhos com meias de cor, seu vestido de chita engomado; tinha
as suas joiazinhas para sair à rua, e, aos domingos, quem a encontrasse à missa
na igreja de São João Batista, não seria capaz de desconfiar que ela morava em
cortiço.
- ¿Entonces? ¿Ya vino? — ¿Por qué no pruebas los baños de mar? "¿Por qué no llamas a otro médico?" "¡Yo, si fuera tú, me casaría con ellos así como así!" La anciana respondió diciendo que la felicidad no estaba hecha para ella. Y suspiró con resignación. Cuando Costa apareció después de cumplir su deber de visitar a la novia, los habitantes de la posada lo saludaron en silencio con un aire respetuoso de pesar y piedad, tácitamente comprometido con ese caiporismo, contra el cual no valían ni las virtudes de la Bruja. Pombinha era muy querida por toda esa gente. Él era quien le escribía las cartas; que solía hacer el papel de las lavanderas; quién tomó los billetes; que leen el periódico a los que quieren escuchar. La querían con gran respeto y le daban regalos, lo que le permitía cierto lujo relativo. Siempre calzaba botitas o zapatitos con medias de colores, su vestido de calicó estaba almidonado; tenía sus alhajas para salir a la calle, y los domingos cualquiera que la encontrara en misa en la iglesia de São João Batista no podría sospechar que vivía en un conventillo.
Fechava a fila das primeiras lavadeiras, o Albino, um sujeito afeminado,
fraco, cor de espargo cozido e com um cabelinho castanho, deslavado e pobre,
que lhe caia, numa só linha, até ao pescocinho mole e fino. Era lavadeiro e vivia
sempre entre as mulheres, com quem já estava tão familiarizado que elas o
tratavam como a uma pessoa do mesmo sexo; em presença dele falavam de
coisas que não exporiam em presença de outro homem; faziam-no até confidente
dos seus amores e das suas infidelidades, com uma franqueza que o não
revoltava, nem comovia. Quando um casal brigava ou duas amigas se
disputavam, era sempre Albino quem tratava de reconciliá-los, exortando as
mulheres à concórdia. Dantes encarregava-se de cobrar o rol das colegas, por
amabilidade; mas uma vez, indo a uma república de estudantes, deram-lhe lá,
ninguém sabia por quê, uma dúzia de bolos, e o pobre-diabo jurou então, entre
lágrimas e soluços, que nunca mais se incumbiria de receber os róis.
Cerrando la cola de las primeras lavanderas estaba Albino, un tipo afeminado y débil, color de espárragos cocidos y con un poco de cabello castaño, desteñido y pobre, que caía en una sola línea hasta su cuello suave y delgado. Era lavandero y siempre vivió entre mujeres, con las que ya estaba tan familiarizado que lo trataban como a una persona del mismo sexo; en su presencia hablaron de cosas que no expondrían en presencia de otro hombre; incluso le hicieron confidente de sus amores e infidelidades, con una franqueza que ni le repugnaba ni le conmovía. Cuando una pareja se peleaba o dos amigas se peleaban, siempre era Albino quien intentaba reconciliarlas, instando a las mujeres a estar en armonía. Dantes se encargó de recoger la lista de compañeros, por gentileza; pero una vez, yendo a una residencia de estudiantes, le dieron allí, no se supo por qué, una docena de tortas, y el pobre diablo juró entonces, entre lágrimas y sollozos, que nunca más se comprometería a recibir los rollos.
E daí em diante, com efeito, não arredava os pezinhos do cortiço, a não ser
nos dias de carnaval, em que ia, vestido de dançarina, passear à tarde pelas ruas
e à noite dançar nos bailes dos teatros. Tinha verdadeira paixão por esse
divertimento; ajuntava dinheiro durante o ano para gastar todo com a mascarada.
E ninguém o encontrava, domingo ou dia de semana, lavando ou descansando,
que não estivesse com a sua calça branca engomada, a sua camisa limpa, um
lenço ao pescoço, e, amarrado à cinta, um avental que lhe caia sobre as pernas
como uma saia. Não fumava, não bebia espíritos e trazia sempre as mãos
geladas e úmidas.
Y desde entonces, en efecto, no se movió del conventillo, salvo los días de Carnaval, que iba, vestido de bailaor, a pasear por las calles por la tarde y por la noche a bailar en los bailes de la teatros Tenía verdadera pasión por esta diversión; Ahorré dinero durante el año para gastarlo todo en la mascarada. Y nadie lo encontraría, domingo o día laborable, lavando o descansando, que no fuera con su pantalón blanco almidonado, su camisa limpia, un pañuelo al cuello y, atado a la cintura, un delantal que le caía sobre las piernas como una falda. No fumaba, no bebía licores y siempre tenía las manos frías y mojadas.
Naquela manhã levantara-se ainda um pouco mais lânguido que do costume,
porque passara mal a noite. A velha Isabel, que lhe ficava ao lado esquerdo,
ouvindo-o suspirar com insistência, perguntou-lhe o que tinha.
Ah! muita moleza de corpo e uma pontada do vazio que o não deixava!
A velha receitou diversos remédios, e ficaram os dois, no meio de toda
aquela vida, a falar tristemente sobre moléstias.
Esa mañana se levantó aunque fuera un poco más lánguido que de costumbre, porque había pasado una mala noche. La vieja Isabel, que estaba a su lado izquierdo, al oírlo suspirar insistentemente, le preguntó qué le pasaba. ¡Oh! ¡mucha suavidad de cuerpo y una punzada de vacío que no lo dejaba! La anciana recetó varios remedios, y quedaron los dos, en medio de toda aquella vida, hablando tristemente de enfermedades.
E, enquanto, no resto da fileira, a Machona, a Augusta, a Leocádia, a Bruxa,
a Marciana e sua filha conversavam de tina a tina, berrando e quase sem se
ouvirem, a voz um tanto cansada já pelo serviço, defronte delas, separado pelos
jiraus, formava-se um novo renque de lavadeiras, que acudiam de fora,
carregadas de trouxas, e iam ruidosamente tomando lagar ao lado umas das
outras, entre uma agitação sem tréguas, onde se não distinguia o que era galhofa
e o que era briga. Uma a uma ocupavam-se todas as tinas. E de todos os casulos
do cortiço saiam homens para as suas obrigações. Por uma porta que havia ao
fundo da estalagem desapareciam os trabalhadores da pedreira, donde vinha
agora o retinir dos alviões e das picaretas. O Miranda, de calças de brim, chapéu
alto e sobrecasaca preta, passou lá fora, em caminho para o armazém,
acompanhado pelo Henrique que ia para as aulas. O Alexandre, que estivera de
serviço essa madrugada, entrou solene, atravessou o pátio, sem falar a ninguém,
nem mesmo à mulher, e recolheu-se à casa, para dormir. Um grupo de mascates,
o Delporto, o Pompeo, o Francesco e o Andréa, armado cada qual com a sua
grande caixa de bugigangas, saiu para a peregrinação de todos os dias,
altercando e praguejando em italiano.
Y mientras, en el resto de la fila, Machona, Augusta, Leocádia, Bruxa, Marciana y su hija hablaban de tina en tina, gritando y casi sin ser escuchadas, sus voces un poco cansadas ya del trabajo, frente a ellas. , separadas por los andenes, se formó una nueva fila de lavanderas, que entraban desde afuera, cargadas de bultos, y se iban acomodando ruidosamente una al lado de la otra, en medio de una agitación incesante, donde no era posible distinguir lo que era divertido. y lo que fue malo eso fue una pelea. Una por una, todas las tinas fueron ocupadas. Y de todos los capullos del conventillo, salían hombres para sus deberes. Por una puerta al fondo de la posada desaparecieron los canteros, de donde ahora salía el repiqueteo de picos y picos. Miranda, en jeans, sombrero de copa y levita negra, salió caminando hacia el almacén, acompañada de Henrique que se dirigía a clases. Alexandre, que había estado de guardia esa mañana, entró solemnemente, cruzó el patio sin hablar con nadie, ni siquiera con su mujer, y se retiró a dormir a la casa. Un grupo de vendedores ambulantes, Delporto, Pompeo, Francesco y Andrea, cada uno armado con su gran caja de baratijas, emprendieron su peregrinación diaria, discutiendo y maldiciendo en italiano.
Um rapazito de paletó entrou da rua e foi perguntar à Machona pela Nhá
Rita.
— A Rita Baiana? Sei cá! Faz amanhã oito dias que ela arribou!
A Leocádia explicou logo que a mulata estava com certeza de pândega com
o Firmo.
— Que Firmo? interrogou Augusta.
— Aquele cabravasco que se metia às vezes ai com ela. Diz que é torneiro.
— Ela mudou-se? perguntou o pequeno.
— Não, disse a Machona; o quarto está fechado, mas a mulata tem coisas lá.
Você o que queria?
— Vinha buscar uma roupa que está com ela.
— Não sei, filho, pergunta na venda ao João Romão, que talvez te possa
dizer alguma coisa.
— Ali?
— Sim, pequeno, naquela porta, onde a preta do tabuleiro está vendendo! Ó
diabo! olha que pisas a boneca de anil! Já se viu que sorte? Parece que não vê
onde pisa este raio de criança!
E, notando que o filho, o Agostinho, se aproximava para tomar o lugar do
outro que já se ia:
— Sai daí, tu também, peste! Já principias na reinação de todos os dias?
Vem para cá, que levas! Mas, é verdade, que fazes tu que não vais regar a horta
do Comendador?
— Ele disse ontem que eu agora fosse à tarde, que era melhor.
— Ah! E amanhã, não te esqueças, recebe os dois mil-réis, que é fim do
mês. Olha! Vai lá dentro e diz a Nenen que te entregue a roupa que veio ontem à
noite.
O pequeno afastou-se de carreira, e ela lhe gritou na pista:
— E que não ponha o refogado no fogo sem eu ter lá ido!
Uma conversa cerrada travara-se no resto da fila de lavadeiras a respeito da
Rita Baiana.
— É doida mesmo!... censurava Augusta. Meter-se na pândega sem dar
conta da roupa que lhe entregaram... Assim há de ficar sem um freguês...
— Aquela não endireita mais!... Cada vez fica até mais assanhada!... Parece
que tem fogo no rabo! Pode haver o serviço que houver, aparecendo pagode, vai
tudo pro lado! Olha o que saiu o ano passado com a festa da Penha!...
— Então agora, com este mulato, o Firmo, é uma pouca-vergonha! Est’ro
dia, pois você não viu? levaram ai numa bebedeira, a dançar e cantar à viola, que
nem sei o que parecia! Deus te livre!
— Para tudo há horas e há dias!...
— Para a Rita todos os dias são dias santos! A questão é aparecer quem
puxe por ela!
— Ainda assim não e má criatura... Tirante o defeito da vadiagem...
— Bom coração tem ela, até demais, que não guarda um vintém pro dia de
amanhã. Parece que o dinheiro lhe faz comichão no corpo!
— Depois é que são elas!... O João Romão já lhe não fia!
— Pois olhe que a Rita lhe tem enchido bem as mãos; quando ela tem
dinheiro é porque o gasta mesmo!
Un joven con chaqueta vino de la calle y fue a preguntarle a Machona por Nhá Rita. — ¿Rita Baiana? ¡No sé! ¡Han pasado ocho días desde que ella llegó mañana! Leocadia explicó de inmediato que la mulata seguramente la estaba pasando bien con Firmo. — ¿Qué firma? preguntó Augusta. — Esa cabra que a veces se metía ahí con ella. Dice que es un grifo. "¿Se mudó?" preguntó el pequeño. —No, le dijo a Machona; el cuarto está cerrado, pero la mulata tiene cosas ahí. ¿Qué querías? "Venía a buscar algo de ropa que tiene con ella". — No sé, hijo, pregúntale a João Romão en la tienda, quizás te pueda decir algo. - ¿Allá? — ¡Sí, pequeña, en esa puerta, donde está vendiendo la negra del tablero! ¡El diablo! ¡Mira cómo pisas al muñeco índigo! ¿Has visto qué suerte? ¡Parece que no ves dónde pisa este maldito niño! Y, al notar que su hijo, Agostinho, se acercaba para tomar el lugar del otro que ya se iba: —¡Fuera de ahí, tú también, peste! ¿Has comenzado en el reinado cotidiano? ¡Ven aquí, qué te pasa! Pero, es verdad, ¿qué haces no vas a regar el jardín del Comandante? — Ayer me dijo que me fuera ahora por la tarde, que sería mejor. - ¡Oh! Y mañana, no te olvides, recibe los dos milreis, que es fin de mes. ¡Mirar! Entra y dile a Nenen que te dé la ropa que llegó anoche. El niño se alejó a toda prisa, y ella le gritó en la vía: "¡Y no pongas el guiso en el fuego sin que yo vaya para allá!". Se había producido una conversación a puerta cerrada entre el resto de la fila de lavanderas sobre Rita Baiana. "¡Está muy loca!..." reprochó Augusta. Meterse en jolgorio sin fijarse en la ropa que le regalaron... Así se quedará sin cliente... —¡Ese ya no se arreglará!... ¡Se emociona aún más!... parece que hay fuego en su cola! Puede haber cualquier servicio que haya, pagoda que aparece, ¡todo va a un lado! ¡Mira lo que salió el año pasado con la fiesta de la Penha!... —¡Entonces ahora, con este mulato, Firmo, da un poco de vergüenza! Est'ro dia, ¿por qué no viste? Me llevaron allí de borrachera, bailando y cantando con la guitarra, ¡no sé ni cómo sonaba! ¡Dios no lo quiera! — ¡Hay horas y días para todo!... — ¡Para Rita, todos los días son santos! ¡El punto es que aparezca quién tira por ella! — Aun así, no es mala criatura... Aparte del defecto de la vagancia... — Tiene un buen corazón, incluso demasiado, que no ahorra un centavo para mañana. ¡El dinero parece hacer que tu cuerpo pique! — ¡Entonces les toca a ellos!... ¡João Romão ya no confía en ella! — Pues mira qué bien se ha llenado las manos Rita; cuando tiene dinero es porque lo gasta!
E as lavadeiras não se calavam, sempre a esfregar, e a bater, e a torcer
camisas e ceroulas, esfogueadas já pelo exercício. Ao passo que, em torno da
sua tagarelice, o cortiço se embandeirava todo de roupa molhada, de onde o sol
tirava cintilações de prata.
Y las lavanderas no callaban, siempre fregando, golpeando y escurriendo camisas y calzoncillos, ya sin aliento por el ejercicio. Mientras, en torno a su charla, el conventillo se cubría todo con ropas mojadas, de las que el sol hacía destellos de plata.
Estavam em dezembro e o dia era ardente. A grama dos coradouros tinha
reflexos esmeraldinos; as paredes que davam frente ao Nascente, caiadinhas de
novo, reverberavam iluminadas, ofuscando a vista. Em uma das janelas da sala
de jantar do Miranda, Dona Estela e Zulmira, ambas vestidas de claro e ambas a
limarem as unhas, conversavam em voz surda, indiferentes à agitação que ia lá
embaixo, muito esquecidas na sua tranqüilidade de entes felizes.
Entretanto, agora o maior movimento era na venda à entrada da estalagem.
Davam nove horas e os operários das fábricas chegavam-se para o almoço. Ao
balcão o Domingos e o Manuel não tinham mãos a medir com a criadagem da
vizinhança; os embrulhos de papel amarelo sucediam-se, e o dinheiro pingava
sem intermitência dentro da gaveta.
Era diciembre y el día estaba ardiendo. La hierba de los coradouros tenía reflejos esmeralda; los muros que daban al Este, encalados de nuevo, reverberaban de luz, deslumbrando la vista. En una de las ventanas del comedor de los Miranda, doña Estela y Zulmira, ambas vestidas de luz y limándose las uñas, conversaban en voz baja, indiferentes al tumulto de abajo, bastante olvidadas en su tranquilidad de seres felices. Sin embargo, ahora el mayor movimiento estaba en la venta en la entrada de la posada. Eran las nueve y los trabajadores de la fábrica llegaban para almorzar. En el mostrador, Domingos y Manuel tenían las manos ocupadas con los criados del barrio; los paquetes de papel amarillo se sucedían uno tras otro, y el dinero goteaba incesantemente en el cajón.
— Meio quilo de arroz!
— Um tostão de açúcar!
— Uma garrafa de vinagre!
— Dois martelos de vinho!
— Dois vinténs de fumo!
— Quatro de sabão!
E os gritos confundiam-se numa mistura de vozes de todos os tons.
Ouviam-se protestos entre os compradores:
— Me avie, seu Domingos! Eu deixei a comida no fogo!
— Ó peste! dá cá as batatas, que eu tenho mais o que fazer!
— Seu Manuel, não me demore essa manteiga!
— Meio quilo de arroz!
— Um tostão de açúcar!
— Uma garrafa de vinagre!
— Dois martelos de vinho!
— Dois vinténs de fumo!
— Quatro de sabão!
E os gritos confundiam-se numa mistura de vozes de todos os tons.
Ouviam-se protestos entre os compradores:
— Me avie, seu Domingos! Eu deixei a comida no fogo!
— Ó peste! dá cá as batatas, que eu tenho mais o que fazer!
— Seu Manuel, não me demore essa manteiga!
Ao lado, na casinha de pasto, a Bertoleza, de saias arrepanhadas no quadril,
o cachaço grosso e negro, reluzindo de suor, ia e vinha de uma panela à outra,
fazendo pratos, que João Romão levava de carreira aos trabalhadores assentados
num compartimento junto. Admitira-se um novo caixeiro, só para o frege, e o
rapaz, a cada comensal que ia chegando, recitava, em tom cantado e estridente, a
sua interminável lista das comidas que havia. Um cheiro forte de azeite frito
predominava. O parati circulava por todas as mesas, e cada caneca de café, de
louça espessa, erguia um vulcão de fumo tresandando a milho queimado. Uma
algazarra medonha, em que ninguém se entendia! Cruzavam-se conversas em
todas as direções, discutia-se a berros, com valentes punhadas sobre as mesas. E
sempre a sair, e sempre a entrar gente, e os que saiam, depois daquela
comezaina grossa, iam radiantes de contentamento, com a barriga bem cheia, a
arrotar.
Al lado, en la casita de comidas, Bertoleza, con las faldas recogidas en las caderas, el cuello grueso y negro reluciente de sudor, iba y venía de una olla a otra, haciendo platos, que João Romão llevaba a los trabajadores sentados en un compartimiento juntos Habían contratado un nuevo cajero, sólo para la frege, y el muchacho, con cada comensal que llegaba, recitaba, en tono cantarín y estridente, su interminable lista de los alimentos que había disponibles. Prevalecía un fuerte olor a aceite frito. El parati circulaba por todas las mesas, y cada jarro de café, de gruesa porcelana, levantaba un volcán de humo que olía a maíz quemado. ¡Un alboroto espantoso, en el que nadie se entendía! Las conversaciones se cruzaban en todas direcciones, se gritaban argumentos, con valerosos puñetazos sobre las mesas. Y la gente siempre se iba, y la gente siempre entraba, y los que se iban, después de esa comida espesa, estaban radiantes de satisfacción, con el estómago lleno, eructando.
Num banco de pau tosco, que existia do lado de fora, junto à parede e perto
da venda, um homem, de calça e camisa de zuarte, chinelos de couro cru,
esperava, havia já uma boa hora, para falar com o vendeiro.
Era um português de seus trinta e cinco a quarenta anos, alto, espadaúdo,
barbas ásperas, cabelos pretos e maltratados caindo-lhe sobre a testa, por
debaixo de um chapéu de feltro ordinário: pescoço de touro e cara de Hércules,
na qual os olhos todavia, humildes como os olhos de um boi de canga,
exprimiam tranqüila bondade.
En un banco de madera tosca afuera, junto a la pared y cerca de la tienda, un hombre con pantalón y camisa de zuarte, con zapatillas de cuero sin curtir, esperaba una buena hora para hablar con el posadero. Era un portugués de entre treinta y cinco y cuarenta años, alto, ancho de espaldas, con barba áspera, pelo negro y despeinado que le caía sobre la frente, bajo un sombrero de fieltro común y corriente: cuello de toro y cara de Hércules, en que los ojos, sin embargo, humildes como los ojos de un buey canga, expresaban una bondad pacífica.
— Então ainda não se pode falar ao homem? perguntou ele, indo ao balcão
entender-se com o Domingos.
— O patrão está agora muito ocupado. Espere!
— Mas são quase dez horas e estou com um gole de café no estômago!
—Volte logo!
— Moro na cidade nova. É um estirão daqui!
O caixeiro gritou então para a cozinha, sem interromper o que fazia:
— O homem que ai está, seu João, diz que se vai embora!
— Ele que espere um pouco, que já lhe falo! respondeu o vendeiro no meio
de uma carreira. Diga-lhe que não vá!
— Mas é que ainda não almocei e estou aqui a tinir!... observou o Hércules
com a sua voz grossa e sonora.
— Ó filho, almoce ai mesmo! Aqui o que não falta é de comer. Já podia
estar aviado!
— Pois vá lá! resolveu o homenzarrão, saindo da venda para entrar na casa
de pasto, onde os que lá se achavam o receberam com ar curioso, medindo-o da
cabeça aos pés, como faziam sempre com todos os que ai se apresentavam pela
primeira vez.
E assentou-se a uma das mesinhas, vindo logo o caixeiro cantar-lhe a lista
dos pratos.
— Traga lá o pescado com batatas e veja um martelo de vinho.
— Quer verde ou virgem?
— Venha o verde; mas anda com isso, filho, que já não vem sem tempo
"¿Así que todavía no puedes hablar con el hombre?" preguntó, dirigiéndose al mostrador para hablar con Domingos. — El jefe está muy ocupado en este momento. ¡Aférrate! "¡Pero son casi las diez y tengo un sorbo de café en el estómago!" -¡Vuelve pronto! — Vivo en la ciudad nueva. ¡Es un trecho desde aquí! Entonces el dependiente gritó hacia la cocina, sin interrumpir lo que estaba haciendo: —¡Ese señor de allí, Seu Joao, dice que se va! "¡Déjalo esperar un poco, te lo diré!" respondió el posadero en medio de una carrera. ¡Dile que no se vaya! "¡Pero es que todavía no he almorzado y estoy aquí tintineando!", observó Hércules con su voz gruesa y resonante. — ¡Ay hijo, almuerza ahí mismo! Aquí lo que no falta es comer. ¡Ya se podría reservar! "¡Bueno, vamos!" decidió el grandullón, saliendo de la tienda para pasar al comedor, donde los que estaban allí lo recibieron con aire curioso, midiéndolo de pies a cabeza, como siempre hacían con todos los que iban allí por primera vez. Y se sentó en una de las mesitas, y pronto vino el cajero a cantarle la lista de platos. "Trae el pescado y las papas y verás un mazo de vino". "¿Quieres verde o virgen?" — Ven el verde; pero ten paciencia, hijo, que el tiempo se acaba